Fracasa mejor

Cuando se habla del fracaso hoy es para interpretarlo como un hito ineludible en la carrera hacia el éxito, pero un fracasado normalmente es alguien que contrasta con las convenciones sociales

“Deberíamos rendir tributo a tantos “fracasados”, que siguieron su vocación, sus obsesiones, sus empeños”.
“Deberíamos rendir tributo a tantos “fracasados”, que siguieron su vocación, sus obsesiones, sus empeños”.

Empecé a mirar de otra manera el “If” de Kipling cuando me di cuenta de que era un poema empleado en la literatura de autoayuda. De ser un canto a las virtudes victorianas -dicho sin segundas intenciones-, un estímulo para afianzar la fidelidad a unos valores, sus versos se han convertido en eslóganes para la motivación del sujeto posmoderno. Otro tanto ha ocurrido, como apuntamos en su momento, con el estoicismo.

Tengo la sensación de que con el fracaso ocurre lo mismo que con la belleza o el dinero: quienes dicen que no importan es porque no han tenido “la suerte” de experimentarlos. Dudo de que tenga mucho valor que Richard Branson, por poner un ejemplo, multimillonario, afirme que los traspiés son inspiradores. A ver cómo le explica su valor a quienes, como los boxeadores que no saben encajar los golpes, caen una y otra vez a la lona.

Por otro lado, saber lo que es un fracasado exige disponer de un criterio de éxito. Evidentemente, uno puede ganar poco, pero ser afortunado con su familia, o no disponer de influencia social, pero contar con amigos que no fallan. Cuando la opinión pública habla de triunfadores se refiere a quienes cosechan parabienes profesionales, se permiten lujos o destacan por su fama, merecida o inmerecidamente. Por eso, el triunfo es un impostor.

En cualquier caso, lo queramos o no, el fracaso es algo que nos constituye, una de esas constantes humanas de las que habla un amigo mío. Quizá sea desagradable, doloroso y hasta en ocasiones destructivo, pero aparece en un momento u otro de la existencia, con distintos grados de intensidad. No me parece mal a este respecto el esfuerzo que ha hecho Costica Bradatan, un filósofo de origen rumano que enseña ahora en Estados Unidos, para revertir el mito del éxito, recordando que hay un género antiguo y noble que se ha ocupado de analizar -o descargar su ira sobre- los fracasos del ser humano. 

Al fracasado al que nos referimos no es al gafe, ni al resentido. Hablamos del fracaso social, del sujeto a quien consideramos fracasado por el hecho que se encuentra al margen de nuestras frivolidades sociales. A la mentalidad occidental, que ahora está repleta de ansiedad e incertidumbre, le vendría bien cultivar esa actitud ligera, el desasimiento, quitarse pretensiones.

Cuando la opinión pública habla de triunfadores se refiere a quienes cosechan parabienes profesionales, se permiten lujos o destacan por su fama, merecida o inmerecidamente. Por eso, el triunfo es un impostor

Algún que otro pensador ha comentado que la pandemia ha sido, en efecto, el baño de humildad que necesitábamos como especie, una forma de curar nuestro engreimiento. Tal vez sea cierto y estoy seguro de que andamos de rebajas espirituales, a la zaga de lecciones, pero hay formas menos dolorosas de encontrarnos con nuestra finitud y contingencia. Es aquí donde el libro de Bradatan, In Praise of Failure, puede resultar catártico.

¿Por qué? En primer término, porque encara el problema como se debe: a través del ejemplo de auténticos fracasados, a diferencia de lo que ocurre con la autoayuda, donde el fracaso es un plinton para el triunfo. Habla de Simone Weil o de Cioran, entre otros. En segundo lugar, trata de personas libres, es decir, acostumbradas a beber la hiel, que hicieron del fracaso una bandera, o sea, un acto de rebeldía, combatiendo los estereotipos y la concepción más difundida de éxito en la época que vivieron.

Es verdad que un elogio del fracaso, para ser auténtico, solo se podría hacer a partir de ejemplos anónimos. Decir que Weil o Cioran son paradigmas del fracaso es, de algún modo, transformarlos en auténticos ganadores, pues, paradójicamente, su derrota ha determinado su fama. Pero lo que es determinante, a mi juicio, es la voluntad de estos pensadores para vivir al margen. Eso les hace una suerte de desclasados modélicos.

 

¿Enseña algo su actitud? A mi juicio, si el recuerdo de estas figuras resulta llamativo es porque sus existencias fueron auténticas. ¿Se lo podían permitir? Creo que ambos tuvieron que pagar su coste. Weil era inteligente; Cioran, un genio. Podían indudablemente haber tenido una carrera más justa de acuerdo con sus capacidades y obtenido mayor reconocimiento. Pero el fracasado fetén es quien en lugar de cultivar su “marca personal” apuesta por salirse de la convención del triunfo, optando por el silencio, el sacrificio y la renuncia.

Este tipo de figuras, los contrapuntos geniales de la historia, resultan fascinantes. Ahora recordamos a Weil o Cioran, pero deberíamos rendir tributo a tantos “fracasados”, que siguieron su vocación, sus obsesiones, sus empeños, dando más valor a los objetos de sus desvelos que a sus propios merecimientos. Son esos que en la tradición cristiana se llama santos y que siempre escasean.

Pero el fracasado modélico es quien en lugar de cultivar su ‘marca personal’ apuesta por salirse de la convención del triunfo y opta por el silencio, el sacrificio y la renuncia

Aunque también se ha convertido en un mantra en las conferencias de autoayuda, hay una cita de Brecht que logra transmitir el espíritu que anima a los auténticos fracasados cuyo nombre no conocemos: “Prueba otra vez. Fracasa. Pero fracasa mejor”. Sirva este artículo como homenaje a todos ellos.

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