¿La generación más preparada de la historia?

Los millennials leen y saben mucho de tecnología, pero eso no quiere decir que no tengan ninguna carencia

Foto artic Generación más preparada
Si algo cabe extraer de la historia y de la experiencia propia es que sin vecindad con los grandes, difícilmente uno puede aspirar a crecer"

No se presta mucha atención a uno de los tópicos más extendidos y preñado como pocos de intenciones ideológicas. Y no hace falta ser un lince para saber por qué. Se considera, así, un síntoma de vejez cuestionar las actitudes de los millennials y de los que pertenecen a la generación “Z”, y es que el conflicto intergeneracional puede ser tan políticamente incorrecto como hacer la vista gorda cuando se recicla.

En las últimas semanas han coincidido varios acontecimientos que llaman la atención. Por un lado, los informes sobre los hábitos lectores de los más jóvenes. La prensa informa que, según estudios variados, no es cierto que sea lea menos ahora que hace unos años. Los jóvenes leen, pero -se dice- deciden hacerlo en soportes distintos. Además, gracias a las tecnologías, la experiencia lectora es ahora interactiva.

“Estamos obsesionados con ‘soft skills’, sin darnos cuenta de que lo que nuestros hijos necesitan es que les inculquemos ‘hard skills’”

Y es verdad. He oído decir eso mismo a Fernando Savater: que, en realidad, en este periodo de la historia en que nos encontramos, no hacemos más que leer todo el día: mensajes, noticias, chats, informes… Cuando pienso en las estadísticas y en el incremento en la venta de libros, recuerdo ese consejo que se remonta a Plinio el Joven: hay que leer mucho, más profundamente, pero no muchas cosas.

Temo que los datos no sean fiables, entre otras cosas porque el problema de las encuestas es que quien contesta puede hacerlo en función de los deseos o de acuerdo con la idílica imagen que tenga de sí mismo. Pensemos en cuántos declararían que acuden al gimnasio a diario simplemente porque pagan religiosamente las cuotas. Por otro lado, ya George Steiner decía que no sabía a ciencia cierta si se leía menos, pero que era indudable que leíamos peor.

Steiner también se había percatado de la incultura creciente. Y respaldaba su tesis refiriéndose a las cada vez más extensas notas explicativas que incorporan los clásicos. También los ensayos de Nicholas Carr se han mostrado tristemente proféticos. Lo que debe asustarnos no es el número de lectores, sino la palpable falta de comprensión y de conocimiento general de las generaciones más jóvenes, a quienes todos -políticos, instituciones, pero también los padres- les estamos hurtando su derecho al desarrollo intelectual.

“En relación con la efervescencia ideológica y la expansión de lo ‘woke’, Bauerlein cree que el problema no está en los mensajes que se transmiten en el aula, sino precisamente en la gran cultura que parecemos empeñados en no legar

Los datos sobre lectura complementan otras noticias. Por ejemplo, el nuevo currículo académico, tan famélico y esquilmado. He colaborado en algún libro de texto y cada vez los autores nos vemos obligados a reducir el número de caracteres por página. Dicho de otro modo: es como si en cada nueva hornada de estudiantes, el contenido perdiera frente a la forma. Hay cuadros, enlaces interactivos, fotografías, mapas mentales, pero aficionar la mente con tanto ahínco por lo concreto y visual daña la reflexión abstracta, la hondura.

Eso no quiere decir que las generaciones anteriores estuvieran leyendo a Tolstoi todo el día. Pero comparen un libro de bachillerato de hace unas décadas con los actuales para ver adónde nos ha conducido la frivolidad docente. Estamos obsesionados con “soft skills”, sin darnos cuenta de que lo que nuestros hijos necesitan es que les inculquemos “hard skills”.

 

Desafiando la corrección política, hace unos años Mark Bauerlein publicó The Dumbest Generation en el que, con tono cariñoso, rebatía la idea de que los jóvenes conformaban “generación más preparada de la historia”. Su intención era explicar por qué expresiones como “sociedad de conocimiento” o “era tecnológica” eran peligrosas desde un punto de vista cultural y político. Según Bauerlein, se estaba debilitando el marco cultural y axiológico y estaba siendo paulatinamente sustituido por una forma de vida light y superficial.

En el fondo, lo que detectó hace unos años Bauerlein había sido descrito de un modo memorable en unos versos de T. S. Eliot. Según el autor de La tierra baldía, es perverso confundir la información con la sabiduría, con el conocimiento. Y es precisamente esta evidencia la que debería suscitar nuestra preocupación.

El libro de Bauerlein no fue bien recibido. Y no es de extrañar porque no es fácil que alcancen una amplia difusión los libros que sacan los colores. De hecho, al autor le han invitado a impartir conferencias en colegios y universidades y como no se ha arredrado, ni ha lanzado mensajes condescendientes, a veces se ha visto obligado a interrumpir su intervención por los abucheos del público.

Hace un par de meses Bauerlein ha sacado un nuevo libro que actualiza su ensayo anterior. Se titula The Dumbest Generation Grows Up: From Stupefied Youth to Dangerous Adults. Por ahora, se han dedicado al ensayo varias críticas, pero estoy seguro que el público no perdonará que el autor se atreva a disputar que las generaciones venideras son más inteligentes y eficientes que las anteriores.

Con todo, Bauerlein comenta en su último trabajo algo que merece la pena destacar. En relación con la efervescencia ideológica y la expansión de lo “woke” cree que, en el fondo, el problema no está en los mensajes que se transmiten en el aula, sino precisamente en esa gran cultura -a veces ardua, pero maravillosa cuando uno se familiariza con ella- que con obstinación parecemos empeñados en no legar, temiendo acaso aburrir o agotar las mentes más jóvenes. Si algo cabe extraer de la historia y de la experiencia de cada uno es que sin vecindad con los grandes, difícilmente uno puede aspirar a crecer.

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