La pérdida de mundo, según Byung-Chul Han

En su último ensayo, el famoso pensador coreano alerta de que la digitalización transforma nuestra relación con el entorno y nos desarraiga

“Para Han, el smartphone, que supuestamente pone el mundo en nuestras manos, en realidad nos aleja irremisiblemente de él, dejándonos inermes ante el “poder””.
“Para Han, el smartphone, que supuestamente pone el mundo en nuestras manos, en realidad nos aleja irremisiblemente de él, dejándonos inermes ante el “poder””.

Los ensayos de Byung-Chul Han son como compendios de haikus filosóficos. Breves, precisos, en ellos que parece que no sobra ni falta nada y que todo está medido, milimétricamente calculado, hasta contado el número exacto de palabras que compone cada sentencia. Además, sus libros están escritos con esa armonía oriental, blanca y pulida, que evoca siempre el feng shui. Uno se imagina la vida de este coreano afincado en Alemania repleta de rituales, cuencos de arroz, kimonos y té.

Han es silencioso, pausado y reflexivo, exigentemente reflexivo. Mide cada argumento y lo bruñe, ofreciendo a la imprenta remedios para el individuo contemporáneo, radiografiando con meticulosidad sus dolencias. Quizá es su exotismo lo que le convierte en un pensador tan atractivo, pero ni su mirada infinita, ni su rostro cincelado, ni siquiera el sigilo que adopta deben hacernos pasar por alto que el diagnóstico que ofrece sobre nuestro tiempo es preocupante.

¿Cuáles son los síntomas que descubre? A Han le interesan especialmente las paradojas, como, por ejemplo, la servidumbre a la que apunta el exceso de libertad, el agotamiento al que conduce el capitalismo consumista, la cancelación del yo por el abuso de la identidad o, en fin, la sensación de inabarcable soledad en el abarrotado enjambre en que vivimos.

Como buen médico, no solo interroga acerca de lo que nos pasa, sino que indaga en los síntomas inapreciables para firmar un buen diagnóstico. En su último libro, No-cosas, publicado por Taurus, repasa las secuelas antropológicas de la virtualización del mundo, esbozando al mismo tiempo una defensa de la carnalidad imprescindible para revertir el curso de la situación que atravesamos.

Para componer su cuadro a Han le vienen bien todos los colores, desde Heidegger hasta Deleuze. Le interesa explicar que el ser humano se relaciona con el espacio mediante la experiencia de la posesión. Es la confluencia del individuo con las cosas -y con otras personas- lo que transforma la infinitud de una extensión en eso que hemos dado en llamar mundo, en cuyo suelo enraizamos.

La tierra, el espacio, las cosas que nos salen al encuentro resultan indispensables para nuestra constitución. En primer lugar, a través de la percepción, somos capaces de conocer “objetivamente el mundo”. Por otro lado, gracias a las constelaciones de objetos y cosas, el individuo toma conciencia de los límites del yo, funda y descubre el hogar, esa esfera para encontrarse y compartir con el prójimo.

“Gracias a los objetos el individuo toma conciencia de los límites del yo, funda y descubre el hogar, esa esfera para encontrarse y compartir con el prójimo”

Por decirlo brevemente: el conjunto de las cosas materiales -desde el guijarro limado por el agua del río hasta la reproducción de Los girasoles que adecenta una estancia- estabilizan la existencia, dotándola de significado. De ahí que a Han le inquiete sobremanera la “desmaterialización y descorporalización” que produce la constante apuesta por lo digital.

Se han cerrado las puertas de la sociedad de la posesión, sugiere, y abierto las de la civilización del acceso. “Los vínculos con cosas o lugares son reemplazados por el acceso temporal a redes y plataformas”, lo que, finalmente, hace que se resienta la identidad. A diferencia de lo que ocurre con las cosas, no podemos apropiarnos de las “no-cosas”, de la información, lo que invierte la relación con el mundo: son las “no-cosas” las que nos poseen.

 

“A diferencia de lo que ocurre con las cosas, nos podemos apropiarnos de las “no-cosas”, de la información, lo que invierte la relación con el mundo: son las “no-cosas” las que nos poseen”

Para Han, el dispositivo que mejor refleja estos cambios es el smartphone, que supuestamente pone el mundo en nuestras manos, cuando en realidad nos aleja irremisiblemente de él, dejándonos inermes ante el “poder”. El pensador coreano ofrece una fenomenología del proceso de desposesión que acarrea la pérdida de la carnalidad, la erosión del contacto con el universo de los objetos y la repercusión que tiene todo ello en nosotros mismos.

“La consecuencia de la marea de objetos digitales -escribe- es una pérdida del mundo. La pantalla es muy pobre en mundo y realidad. Sin nada enfrente, sin un , solo damos vueltas alrededor de nosotros mismos. La depresión no es sino una exacerbación patológica de la sensación de pobreza del mundo (…) Solo una reanimación de lo otro podría liberarnos de la pobreza del mundo”.

Quizá para algún lector estas advertencias sean exageradas. Otros podrán encontrar las admoniciones pesimistas, luctuosas, lo cual indica el grado de perversión que atraviesa la relación del ser humano con las cosas. El peor enfermo es el que se resiste a reconocer que padece un problema: ese es el incurable. Es verdad que Han no es un pensador amable, pues perturba y advierte de las inconsistencias en las que vivimos instalados, conminándonos, con la rudeza de un maestro de artes marciales, a cambiar de vida para sanar nuestra condición humana. Imprescindible acercarse a él.

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