¿Me río o lloro?

Después de varias décadas, España ha vuelto a “caer” en la parte más alta del elenco de participantes en el concurso de música más importante del continente. Ajá. Así es. ¡Yupi! ¿No? ¡Qué bueno! ¡Si eg’ que somoh’ loh’ mehoreh’! 

¿Me río o lloro? Es una pena, pero me sale hacer las dos cosas a la vez. Sabemos muy bien que no somos los mejores de esa noche, que es ridículo que en un premio “musical” quede tan arriba una chica con unas dotes de canto que dejan mucho que desear y una canción que, muy sinceramente, es bastante normalita. Vamos, que al menos a mí me resulta repugnante que se conceda un reconocimiento de tal calibre a una persona que lo más loable que ha hecho en su actuación ha sido bailar de forma provocativa disfrazada -con todo el respeto a su dignidad- de pelandusca fresquita. Enserio, ¿me río o lloro? Poco o nada me esperaba ya de este mundo tragicómico, pero esto, lo siento mucho, ha sido para mí la gota que colma el vaso.

“Enrique, hombre, no te pongas así”. Razón no le faltaría a quien en estos momentos quisiera espetarme tal solicitud. Pero, amigo mío -o amiga mía, o amigue míe; ya ¿quién sabe?-, el resquemor que invade mi corazón, la desazón que socava mi esperanza cuando escucho tanto en la televisión como por la radio multiformes elogios y alaridos en favor de nuestra sensual y poco talentosa oriunda es de tal magnitud que me ha sido literalmente imposible no sentarme a escribir.

¿Qué está pasando en el mundo? Entre el furor que generan los ‘trending topics’ de TikTok, las masas que mueven las ‘influencers’ en Instagram y la ingente cantidad de televidentes que se obnubilan en la pantalla viendo programas basura como ‘La isla de las tentaciones’, ‘Mujeres y hombres’ o ‘Gran hermano’ -tan en las antípodas del ideal humano de belleza, virtud y amor-, que ahora aparezca esto no es de extrañar. ¿Qué iba a esperarse de una sociedad tan degenerada? Si la moda es beber, ¿qué culpa tiene el borracho? Pues igual: si la moda es ser torpemente absorbido por la cultura hipererótica y superficial de estos tristes tiempos -que no tristes tigres, pues incluso los tigres son más dichosos que nosotros, ya que, entre otras cosas, no matan a sus crías o no van contra su propia naturaleza-, no sorprende a nadie la noticia. 

Sí, españoles, vosotros que habéis visto brillar a todo un don Julio Iglesias, vosotros que os habéis recreado escuchando los versos de una balada de Sabina, vosotros que aún os emocionáis recordando a Miguel Bosé subido al escenario estáis viendo cómo todo se va al traste, cómo ya no se busca la música en cuanto arte sino en tanto que medio, cómo el cantante ha pasado de ser un talentoso joven embriagado por la poesía a un muñeco de plástico -nunca mejor dicho, je, je- sin voz (ni voto) que se pasea casi desnudo por el escenario entre autotunes y ritmos repetitivos. A vosotros os llamarán arcaicos, os dirán que vuestros gustos están en desuso, que “no os catáis de la moda”; pero vosotros, queridos resilientes, amantes de la verdadera belleza, amantes del arte de la música, vosotros levantaréis la cabeza y seguiréis vuestro camino por los hermosos derroteros del deleite auditivo; y mientras tanto, atisbaréis, acaso de soslayo, las hordas alienadas que pululan inermes por los bulevares del desacierto.

 

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