José Apezarena

Qué le falta a Felipe VI

Felipe VI y la princesa Leonor, en la apertura de la Legislatura

Por lo general, los reyes suelen permanecer en el trono un buen número de años. Baste recordar, por citar un caso especial, a Isabel II de Inglaterra, que ciñó la corona británica durante cincuenta años, de 1952 a 2022.

Felipe de Borbón no imaginó que llegaría al trono tan pronto, en 2014, con solo 46 años. Su padre tenía 76, llevaba casi cuarenta como monarca, y no habría resultado extraño que, en circunstancias normales, hubiera seguido reinando al menos otros diez más, teniendo en cuenta que su madre, doña María, murió con noventa años.

Así que diez, que es lo que el 19 de junio próximo cumplirá como rey Felipe VI, no parecen mucho.

Y, sin embargo, lo son. Por los retos que ha debido afrontar y superar en ese tiempo.

Felipe de Borbón recibió una corona tambaleante y, ahora, echando la vista atrás, en estos diez años la tarea realizada ha resultado casi gigantesca.

En tan corto espacio de tiempo ha tenido que enfrentarse a desafíos muy contundentes.

El más apremiante, recuperar la imagen de una monarquía, que, cuando juró la Constitución como nuevo rey, merecía una valoración de cuatro puntos sobre diez, o sea, de suspenso, y que ahora ha pasado a superar los siete puntos sobre diez.

Ha tenido que afrontar una amenaza gravísima, como fue el intento de romper España mediante un ilegal referéndum convocado en Cataluña. Al que resistió de modo rotundo cuando pronunció aquel discurso televisado, el 3 de octubre de 2017.

Ha convivido, y convive, con la novedad de un Gobierno, el actual, en el que se sientan ministros declaradamente republicanos. No teóricos, o solo de sentimiento, sino beligerantes, que incluyeron en su programa el objetivo de acabar con la monarquía. Por eso, Felipe VI ha tenido que moverse con muchísimo cuidado.

 

Se ha movido también con un cuidado extremo en medio, a veces, de las descortesías, desmanes y desplantes del mismísimo presidente del Gobierno.

Ha necesitado gestionar la situación y el futuro de su padre, al que, con dolor de su corazón, ha procurado mantener fuera de foco, ajeno a cualquier protagonismo institucional, porque su sola presencia contaminaba a la institución.

Construir una monarquía íntegra, honesta, transparente. Ese fue el compromiso que adquirió en su primer discurso como rey, y en esa dirección ha dado numerosos pasos.

Así pues, aunque diez años parecen pocos, la tarea realizada es mucha. El problema está en que los desafíos no han terminado. En realidad, nunca terminan.

¿Queda tarea por realizar? Sin duda. Retos como demostrar definitivamente a los españoles que la Corona sirve, que es útil al país. Y ganarse a una juventud que desconoce absolutamente el pasado del que venimos, que no ha oído hablar de la transición a la democracia, del golpe de Estado de Tejero... ni siquiera de lo que nos hizo sufrir el terrorismo de ETA, a la que, por cierto, algunos pretenden blanquear.

Y existe un cometido más: preparar la sucesión.

En este terreno, los pasos dados parecen firmes, en la figura de Leonor de Borbón, que hasta ahora responde adecuadamente a lo que la institución y el país necesitan.

Cumplidos los primeros diez, y con lo ya alcanzado, habría que suponer que los diez siguientes serán menos turbulentos y más constructivos. Pero es solo un suponer. O, más bien, un desear.

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