José Apezarena

Me pongo en el pellejo de Pablo Iglesias y lo veo todo muy negro

Cartel del acto de Pablo Iglesias.
Cartel del acto de Pablo Iglesias.

Pablo Iglesias ha practicado el escapismo en varias ocasiones anteriormente, acogiéndose al sistema de desaparecer absolutamente de la vida pública, manteniéndose oculto y callado.

Ahora se encuentra missing de nuevo, coincidiendo con los episodios judiciales que cercan a su partido, investigado por blanqueo de capitales. Aparte de que él mismo tiene que responder por el oscuro caso Dina Bousselham.

Afirma su principal defensor, otrora mentor ideológico, Juan Carlos Monedero, que Iglesias saldrá a la luz "cuando las aguas se calmen". O sea, que lo de dar la cara, lo de afrontar los problemas cuando estallan, no va con él. Por lo visto, cuando las cañas se tornan lanzas, el líder de Podemos propende a caer en la melancolía.

Imaginemos, por un momento, que el líder morado se convierte en presidente del Gobierno. Miedo da pensar cómo actuaría cuando estallaran los problemas, por otro lado inevitables, y hasta casi diarios en cargos de ese nivel. ¿Se escondería?

Tras una de esas desapariciones absolutas, que duró mas de tres meses por el nacimiento de sus mellizos, en marzo de 2019 el partido tuvo que anunciar su regreso casi triunfal, con carteles de "Vuelve". No era para menos, porque casi le estaban olvidando.

Ocurre ahora que a Pablo Iglesias se le está derrumbando el chiringuito. La conquista del cielo, como se propuso, parece que se está convirtiendo en una bajada a los infiernos o poco menos.

Intentó encabezar una revolución, la revolución de la gente normal, y resulta que se ha salido del perímetro y él mismo ya no es una persona normal.

No solamente porque se ha convertido en vicepresidente del Gobierno, y porque ha dejado su barrio, y a su gente, en el Vallecas proletario, sino también porque se ha comprado una mansión de ricos en Galapagar.

Y se está quedando solo. Bueno, con Rafa Mayoral y con Echenique. Porque ha hecho una limpia en el grupo de colegas que le acompañaron en la aventura de movilizar el país, aquel 15 M, aprovechándolo para constituir un partido que iba a gobernar España. Ha huido de los amigos.

 

Es vicepresidente... de casi nada. No está ejerciendo sus competencias, al igual que las dejó abandonadas durante la pandemia: le correspondían las residencias de la tercera edad y ni siquiera visitó una. Se quitó de encima el problema, posiblemente buscando que no le embarrara. Otra vez escapando.

Las encuestas pronostican ahora un derrumbe electoral, de la magnitud de lo ocurrido en el País Vasco en las últimas autonómicas, y más aún en Galicia, donde Podemos ha quedado fuera del Parlamento al perder los trece escaños (trece) que tenía.

Andalucía se le ha sublevado y Teresa Rodríguez le ha comido la tostada. En Cataluña apenas existe.

Los ministros de Podemos han sido la gran decepción, empezando por la de Igualdad, Irene Montero, que ha convertido el ministerio en un club de chicas desarraigadas y marginales.

Tan es así que ahora el único que tiene garantizada la continuidad, si Pedro Sánchez afronta una remodelación del Gobierno después del verano, es Pablo Iglesias. Los otros cuatro están en el aire. Y Pedro Sánchez no se fía de él.

Le han pillado en unos cuantos renuncios, consecuencia de declaraciones solemnes incumplidas, como su afirmación de que dimitiría si los resultados electorales eran malos y no ha movido un músculo tras el desastre de las últimas autonómicas. Y aquellas otras en las que dijo que, si se descubría en Podemos un asunto de corrupción su respuesta sería la dimisión. Maldita hemeroteca y maldita videoteca.

Así que me pongo en el pellejo de Pablo Iglesias, y lo veo todo bastante negro.

Dicen, sin embargo, los sociólogos que la crisis económica que se avecina, una de las más graves de las últimas décadas, va a provocar la movilización de sectores sociales muy castigados, que reaccionarán con rabia y rechazo. Y que, por tanto, podrían ser caldo de cultivo para partidos populista y extremistas. Y que esa puede ser la última oportunidad para Pablo Iglesias de conseguir conquistar el cielo.

Podría ser. Pero en estos momentos el panorama del líder de Podemos es oscuro. En lo político y en lo personal. Se comprende que, conociéndole, se esconda otra vez. Hasta que escampe. Si escampa.

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