Por la boca…los futbolistas se despiden

Es la moda. Hay que despedirse. Hay que montar una rueda de prensa e incluso hay que emocionarse, con más o menos lágrimas, pero emocionarse. Y es lo mismo que se haya sido un fuera de serie, tanto en lo futbolístico como en lo personal, o se haya vivido de las rentas de dos o tres pases por temporada o de un gol -que valió un título- y del que ya nadie se acuerda.

Los clubes también entran en el juego y, si hoy es la despedida lacrimógena de un jugador, mañana será la recepción alborozada de un fichaje con la parafernalia de la camiseta con su número –previamente se ha montado el numerito del número- los parabienes y las sonrisas del presidente de la entidad y los malabarismos con el balón en el césped del estadio, ante la mirada embobada de los aficionados que opinan sobre ‘éste es el que nos estaba haciendo falta’.

Así son las cosas y así se han contado –que diría mi admirado Sáenz de Buruaga. Pero además –es lo peor- hay que escuchar y leer las frases de los protagonistas. De los que se van y de los que llegan. Unos, entre lágrimas de emoción y pena, con la voz entrecortada, recuerdan a sus familias, cómo llegaron al club, si son o no son de la cantera. Recuerdan los títulos. Lo bien que les ha tratado la afición, y acaban diciendo que su corazón se queda en tal o cual club.

Nadie habla de las malas caras en el banquillo, ni de la desgana al entrenar, ni de los desplantes, ni de aquel dolor innominado e ilocalizable que les ‘apeó’ de una convocatoria para un partido decisivo. Ni de su indolencia en el terreno de juego, ni tan siquiera de las precauciones tomadas en eso que se llama ‘meter la pierna’

Los otros, los que llegan, explican cómo desde pequeñitos, algunos desde el vientre de su madre, no tenían más ilusión ni más meta que jugar en el equipo que ahora les ha fichado, el equipo de sus amores de toda la vida.

Pero no hablan del tira y afloja en las negociaciones, eso que ahora se llaman ‘flecos’ y que, además de económicas, son exigencias de lo más variopintas.

A los que llegan se les preguntan vaciedades y contestan vaciedades. No han venido por dinero, porque tenían ofertas mejores. No se consideran titulares y llegan dispuestos a trabajar para ganarse el puesto y, además, sus compañeros les han recibido magníficamente y ‘el vestuario es una piña’.

Los que se van ponen el énfasis en la celebración de los goles que, si se tercia, tendrán que marcar al equipo de ‘toda su vida’. Grave disyuntiva: ¿lo celebrarán o no lo celebrarán?

Y todo eso es normal. Y lo es, no porque sean mercenarios –horrible palabra- sino porque son profesionales y, como tales, buscan lo que creen que es mejor para su carrera profesional y para su futuro personal.

 

Por eso suenan tan huecas las despedidas y tan falsas las celebraciones por las llegadas

¿No podría ser todo un poquito más natural? Sería muy de agradecer.

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