Los sondeos y las ‘estampitas’

Si los resultados de las encuestas los presentaran aquellos dos genios de nuestro cine que se llamaban Tony Leblanc y Antonio Ozores y lo hicieran imitándose, a ellos mismos, en la antológica escena del timo de la estampita en ‘Los tramposos’, la cosa sería más llevadera.

Pero como además de las cifras, que nunca aciertan ni de lejos, hay que soportar largos discursos en los que explican eso de la ‘intención de voto’ o lo de las ‘israelitas’ en esa cursilada que se llama ‘a pie de urna’ o, lo que es peor, las razones por las que las cifras no han sido ni remotamente lo que se pronosticaba, el personal se cabrea y dice aquello de ‘con mi dinero no’. Porque, más o menos directamente, esos llamados institutos de opinión privados y el CIS público, cobran sus dineros a los partidos que, a su vez, viven –entre otras cosas- de las subvenciones que salen del erario público.

Por si fuera poco hay un aspecto, apenas estudiado, de las encuestas y los sondeos que resulta más grave y perturbador que el ridículo que puedan hacer los responsables: no se sabe -o al menos no se dice- el impacto que la publicación de esos resultados, equivocados o no, tiene en la decisión última de los votantes. Por mucho que en los días próximos a la fecha de las elecciones se prohíba la publicación de sondeos, es indudable que aún permanece el ‘rebufo’ de los resultados que todos conocen y en algo pueden determinar decisiones de última hora. Si eso es así, resultaría indudable la influencia en uno u otro sentido, de encuestas ‘pagadas’ e ‘interesadas’, acierten o no.

No hay muchas escapatorias para el fracaso.

Si se hace mal –la perogrullada está servida- es que los que lo hacen no saben hacerlo, en cuyo caso deberían dejarnos en paz y dedicarse a algo más provechoso para la ciudadanía.

Si, como algunos apuntan, el problema es el afán mentiroso de los encuestados, entonces los sondeos no pueden ser y además son imposibles (que decía el filósofo) y habrá que buscar otros negocios para las empresas.

Claro que también podría ser que la Junta Electoral -que con tanto interés se ocupa de nuestro bienestar democrático- en vez de prohibir la publicación de resultados unos días antes de la fecha de las elecciones, los prohíba para siempre y eso saldríamos ganando todos.

 
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