Una dosis de civismo
Ayer sufrí de lo lindo para poder entrar en mi coche. Alguien había aparcado el suyo pegado al mío, y era imposible entrar por el lado del conductor: me fijé y el conductor “vecino” tenía espacio suficiente para entrar por su lado sin ningún problema, pero no había mirado a su derecha: o sí lo había hecho, y no le importó. Su coche es bastante más espacioso que el mío, y bastante más caro. Me dieron ganas de dejarle una nota en el limpiaparabrisas, pero tenía prisa, y el nivel de mi enfado desaconsejaba cualquier acción, aunque las ocurrencias “vengativas” se acumulan en esos momentos.
El verano parece terreno abonado para el descuido y la dejadez: el calor es la excusa o el motivo para justificar una retahíla de actuaciones que son nocivas para las relaciones sociales, o la mínima educación a la hora de vestir, viajar, comer, bañarse en el mar o en una piscina.
Pienso que el verano, y de modo especial el mes de agosto, es la época en que, probablemente, más se descuida el civismo, invocando el socorrido calor, las prisas o que se está disfrutando de vacaciones.
El civismo supone pensar en los demás y no ampararse en la zafiedad, el egoísmo o la pereza. Me viene a la cabeza el refrán de “en la mesa y en el juego se conoce al caballero”, que me permito ampliar a las vacaciones, y de modo especial al descanso veraniego.
Aparcar el coche estos días tiene sus emociones, en ciudades y zonas turísticas. Ojalá fuera un solo caso, pero no lo es: gente que aparca el coche en lugares que impiden a otros coches salir, o con riesgo evidente de caer por un desnivel o pequeño barranco, como es el caso de algunas playas o destinos turísticos del interior.
Al escribir estas líneas, recuerdo cómo se comportan familiares, amigos, colegas, y he de reconocer que se aprende mucho de los demás…, también cuando nos llama la atención – por contraste - la zafiedad o el abandono que se observan en algunas personas.
Las formas sí importan. Lo exterior en la conducta suele revelar riqueza o pobreza interior. No comparto que las formas, sean cuales sean, expresan la espontaneidad y libre elección de cada uno. Se puede estar en una terraza tomando un aperitivo con personas que visten prendas propias de agosto, pero limpias, y con un olor agradable a desodorante o/y colonia ¡y otras veces se comparte con alguno que provoca que deseemos irnos cuanto antes!
O una merienda-cena con amigos, en que la conversación puede ser divertida y relajada, digamos que con cierta categoría o nivel, pero que también puede estar plagada de alusiones reiteradas al calor, el sudor, los rumores sobre las relaciones de algunos matrimonios conocidos o las noticias insustanciales de cómo veranean y con quién algunos famosos del mundo de la televisión o del deporte. ¡Cuánto se agradecen esas reuniones familiares y de amigos en que hay una mayoría que acuden con el fin de aportar y hacerlo pasar bien, evitando la frivolidad, la murmuración y la crítica insustancial hacia los ausentes!
El civismo supone pensar en los demás: lo que nos sale fácil es pensar en nosotros mismos. El civismo supone esfuerzo, y en primer lugar valorarlo, porque de lo contrario se tiende a la facilonería de un descanso vacío, en el que con dificultad entran las inquietudes y necesidades de nuestros familiares y amigos. O del que aparca el coche al lado.
Es caer en la cuenta de que, en nuestro edificio o bloque de apartamentos, hay personas que se levantan temprano a trabajar y no tienen vacaciones, o viven personas enfermas o ancianas. Poner música a ciertas horas a ciertas horas puede denotar falta de civismo, o indiferencia total hacia los demás. Es civismo utilizar en el interior de una iglesia una indumentaria apropiada. O no tirar mascarillas en la calle, o botes de bebidas en torno a una papelera. Ni el calor ni las prisas justifican la falta de civismo en agosto.