Viejos prematuros

Ya ni la selección. Este martes la gente no podía esconder el ‘resacón’, las agujetas del día después provocadas por tanto sufrimiento. Qué angustia ante el televisor. Es una verdadera lástima constatar el estado anímico de los españoles. Parecemos viejos prematuros. El pesimismo, la tristeza, la desesperanza están calando muy hondo.

Es lógico. Se entiende.

Unos han perdido lo más importante, después de la familia y la salud: trabajo y posición social. Otros están asustados por lo que pueden perder.

Son demasiados meses sometidos al bombardeo de noticias negativas, mucho tiempo apretando los dientes, aguantando el chaparrón, intentando disimular y poner buena cara.

Los ciudadanos no pueden más, están exhaustos. Hay quien evita ya hasta los informativos y los periódicos. Quita, quita. “Total: me van poner de mal café”. No a la retroalimentación de la desazón.

Lo grave es que no se ve salida al túnel. Cada día es un poco peor que el anterior. Parece imposible pero sucede.

Primero esta crisis era en “uve”: una bajada que, tras tocar fondo, rebotaría de nuevo hacia arriba. Pero de “uve” hemos pasado a una “uve doble”. Pero tampoco. Ahora resulta que la amenaza se llama “ele”. Sí, sí, como en Japón: profundo bajón y una línea plana de oscuridad y vacío.

Comienzan a surgir reportajes que incluyen alertas médicas: cuidado que se puede disparar la ansiedad, la ira y la depresión.

A mi juicio, lo peor de todo es esa sensación de que vamos camino de convertirnos en viejos prematuros: parálisis, pesimismo y resignación... a la espera de que la tormenta escampe.

 

Así, que escampe. Por sí sola, como si uno no tuviera vela en este entierro, ni pudiera ya aportar su granito de arena, como si el futuro no estuviera ya en mis manos. Se deja de enviar el currículum, se desecha una gestión por imposible, se castra la iniciativa personal con amargos vaticinios...

Es preciso reaccionar.

Más en twitter: @javierfumero

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