Controlar las redes sociales es como infantilizar la sociedad

Aumentan las polémicas y crece la división de enfoques entre los cultivadores de las profesiones relacionadas con la atención a la primera infancia. Hay ya colectivos contra la sobreexposición, para alertar a la opinión pública contra los posibles riesgos, aunque otros grupos les reprochan falta de fundamento científico.

Pediatras, psicólogos, responsables de guarderías, se inquietan ante el crecimiento de comportamientos negativos en materia de comunicación o lenguaje, relación con otros niños, agresividad, inestabilidad de la atención, falta de interés hacia los juegos tradicionales... La multiplicación de las pantallas -consolas, smartphones, tabletas, la propia televisión- accesibles a los más pequeños en todas partes –también en las calles, en medios de transporte, salas de espera, tiendas- determinan quizá la tendencia a echarles la culpa de todo el mal más o menos nuevos…

Suele acentuarse la influencia de la índole propia de imágenes y mensajes audiovisuales, que provocan cierta fascinación ante lo que se mueve en la pantalla: limitaría la capacidad de reacción y asimilación, en detrimento de la clásica exploración manual y sensorial propia de esa etapa de la vida humana, así como de la interacción con los demás miembros del hogar. Se olvida así con frecuencia la responsabilidad de las familias, especialmente de las más vulnerables, para usar un término ambiguamente correcto. Cómo no recordar a padres tranquilos con el hijo que no da guerra cuando está atento a la pantalla…

Faltan investigaciones, que separen mejor los efectos negativos de los también positivos respecto del desarrollo intelectual y emocional de los pequeños. En espera, se imponen principios de cautela, que recomiendan no dejar solo al niño ante cualquier tipo de pantalla antes de 3-4 años, y limitar el tiempo de exposición, según la edad. No es paternalismo afirmar que la clave de todo estará siempre en la proximidad o lejanía de los mayores.

Sí puede reflejar, en cambio, paternalismo autoritario la tendencia de países autocráticos a regular –limitar- el acceso a Internet y a las redes sociales. El objetivo no es encauzar un fenómeno acelerado en el siglo XXI, del que se anotan pérdidas y ganancias en las cuentas de resultados electorales o, en general, en la orientación del consumo de los ciudadanos. De momento, al menos en el ámbito de la Unión Europea, no parece prosperar la tesis de la necesidad de una regulación específica, tampoco para luchar contra el exceso de fake news. A pesar de la espectacularidad de los avances técnicos, sigo apostando por la eficacia del derecho común, que –por dar prioridad a fines, no a medios- respeta mejor la libertad ciudadana que las leyes especiales.

Me reafirmo ante las graves noticias sobre la limitación de los derechos básicos en China, Rusia, o Irán… Se trata de países con suficiente desarrollo tecnológico, como para disponer de hackers capaces de actuar –con o sin la connivencia de las autoridades- contra intereses diversos fuera de sus fronteras. Por eso, no será fácil evitar que los usuarios sorteen los cortafuegos ideológicos y las prohibiciones. Pero no deja de ser un signo de autoritarismo liberticida.

No sé cómo acabará el affaire de Telegram en Rusia, que acaba de ser incorporado a una lista negra junto con LinkedIn o Dailymotion. De momento –la pelea con las autoridades comenzó en 2017-, un tribunal de Moscú ha ordenado el bloqueo de los mensajes inmediatos en el país. El motivo: la negativa de Telegram a proporcionar a los servicios de seguridad rusos las claves para descifrarlos. De hecho, entre los más de 200 millones de personas que utilizan ese servicio en el mundo, más de 10 millones son rusas, incluidas administraciones y funcionarios, tanto en el Kremlin como dentro del gobierno. Unos minutos después de la decisión judicial, el Ministerio de Asuntos Exteriores informó en su sitio web: “Podrán seguirnos en Viber y otras redes sociales, Facebook, Vkontakte [la Facebook rusa], Twitter, Instagram”. Aparte de que la Red está ya inundada de información sobre modos prácticos de superar el bloqueo.

El futuro no debería pasar por la represión. Más bien se impone mejorar el sistema educativo, para formar ciudadanos con capacidad de análisis y sentido crítico. A la vez, dotar de más y mejores medios a la administración de justicia, para aplicar el derecho común sin dilaciones. Se podrá limitar en un caso concreto la protección debida a la correspondencia, pero no eliminar con carácter general el secreto de las comunicaciones personales: ni siquiera deberán hacerlo los padres con sus hijos, si han sabido ganarse su confianza.

 
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