Otro campo de integración europea: la investigación científica

Pero el fenómeno se produce también en el ámbito de las políticas oficiales: puede ser necesidad ineludible de recortes, o quizá miopía, es decir, escasa atención a prioridades de futuro que no tienen por qué sentirse como objetivos a corto plazo.

El problema se plantea hoy en los países de nuestro entorno: quizá con más gravedad en España, donde nunca fue especialmente prioritaria la investigación científica. Aparte de recortes y cuestiones organizativas en el sector público, hay un evidente deterioro, que se intenta superar –incluida la necesidad de sortear la burocracia  a través de la realización conjunta de proyectos con centros exteriores de mayor vitalidad. Pero, de momento, tiene como consecuencia una reducción de las ilusiones personales de quienes querrían orientar su vida a la ciencia y la investigación. Son demasiadas las puertas que se cierran.

Aportaré un dato concreto de la evolución del profesorado en las universidades públicas españolas. Ciertamente, se suma a la situación real del Consejo superior de investigaciones científicas, pero tiene un valor propio, en la medida en que –a pesar de Bolonia  las universidades no pueden renunciar a la aportación innovadora, si desean permanecer fieles a uno de los elementos esenciales de su misión propia.

En los últimos años, he ido anotando las informaciones aparecidas en el BOE sobre nombramientos de catedráticos y titulares de universidades públicas. Inicialmente, mi propósito era comprobar el incremento de la presencia de la mujer en el alma mater (dato interesante hoy, pues comienzo a escribir estas líneas el 8 de marzo). El pico se produjo en 2010, con 2416 nuevos titulares y cátedros (1499, varones: el 62%); la gran caída, en 2013 (327, 202, 61%), con un repunte no significativo el año pasado (361, 211, 58%). No parece que la situación vaya a mejorar en 2015, con sólo un total de 22 nombramientos en los dos primeros meses del año.

En ese tiempo, descendía también la inversión total, pública y privada, en I+D, un binomio que parece hecho para forjar imagen, pero no para practicarlo. Según las informaciones periódicas del Instituto Nacional de Estadística, el pico se produjo en 2008, con 14.701 millones de euros (1,39% del PIB). En 2013, 13.052 (1,24%). El objetivo de la Unión Europea es llegar al 3%, aunque de momento sigue en torno al 2,4%. Sólo Alemania ha llegado a ese porcentaje.

Desde luego, la ciencia no depende del número, pero no suele producirse la calidad sin “masa crítica”. Por otra parte, no se improvisa la formación de los científicos, que exige años de esfuerzo, en un mundo cada vez más complejo, necesitado de estudios muy especializados. Los recortes no son recuperables, como en otros sectores de la vida social; menos aún, las inversiones en la investigación básica, indispensable para los avances técnicos prácticos. Sin la ciencia básica del CERN, el gran laboratorio físico situado en Suiza, con recursos europeos, no habría quizá existido la WWW.

Por eso, hace casi ya diez años, se elaboró la Carta Europea del Investigador: se proponía, entre otros objetivos, garantizar que los científicos gozasen de derechos y deberes semejantes, frente a la actual fragmentación de las carreras investigadoras en los diversos Estados miembros de la UE. Se contribuiría así a crear oportunidades laborales abiertas, dentro y fuera de las fronteras comunitarias. Más de una ha sido aprovechada por científicos españoles, jóvenes y maduros, ante las dificultades conocidas aquí. Pero, por su talante, difícilmente saldrán a manifestarse en la calle, como hacían sus colegas en París en octubre del año pasado. Y eso que Francia está ya en el 2,3% del PIB.

Más allá de aspectos vocacionales indudables, la sociedad tiene el deber de proporcionar un mínimo de subsistencia a quienes inician su carrera científica. No es lógico dejar en la estacada a personas que han mostrado su valía en universidades y centros de investigación de otros países. Ese objetivo no empece fomentar la máxima integración entre investigadores y universitarios de los diversos Estados de la Unión Europea, para llevar adelante proyectos conjuntos, que estarían al nivel de los grandes trabajos americanos y orientales. Lástima que se trate de inversiones de entidad que no necesariamente tienen reflejos electorales en tiempos de crisis.

 
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