La crisis de los partidos socialistas europeos no es sólo eco del malestar público

No era un mensaje mentiroso. Encerraba un buen deseo, más bien añoranza de tiempos pasados. En realidad, con el acercamiento de las posturas de los partidos ante las exigencias de la evolución social –también como consecuencia de la sumisión a reglas comunitarias marcadas desde Bruselas-, las antiguas formaciones políticas se iban transformando en maquinarias de acceso al poder. En el caso de España, además, las normas electorales de la Transición fomentaban la constitución de partidos fuertes, después de años sin libertad política. Luego, nadie se ha atrevido a abordar una reforma profunda, para evitar los efectos perversos que han transformado el sistema en partitocracia..., con el consiguiente descenso –casi eliminación- de criterios y libertades personales, a pesar de los preceptos constitucionales.

En Alemania la designación de Martin Schulz como candidato del SPD, nada menos que con la unanimidad del congreso celebrado en Berlín, fue recibida con auténtica euforia, a seis meses de las elecciones legislativas del 24 de septiembre. De hecho, los sondeos han reflejado ese optimismo, hasta el punto de reducirse decisivamente la diferencia con la CDU. En fechas semejantes de 2009, era de ocho puntos; en 2013, trece, que llegaban a quince, el pasado mes de junio. Ahora está sólo a un punto de distancia. Pero los primeros comicios, en el land de Sarre, aunque sólo represente el 1% de la población alemana, han supuesto un jarro de agua fría, con la victoria de la CDU. Schulz no ha perdido la esperanza, y lanza el mensaje a Merkel de que no cante victoria antes de tiempo. Ésta insiste a los suyos en que les espera un gran trabajo en los próximos seis meses.

Mucho antes se celebrarán las elecciones presidenciales de Francia, donde marcha en cabeza un antiguo ministro del gobierno de Manuel Valls, Emmanuel Macron. Dejó el ejecutivo para lanzar un movimiento En marche!, que está recibiendo muchos apoyos, incluido el del propio Valls. La decepción ha sido grande dentro del socialismo francés, porque el ex primer ministro declinó presentarse a las primarias, que ganó brillantemente Benoît Hamon. Hasta el punto de que el diario Le Monde tituló su durísimo editorial del 31 de marzo, Réquiem por los socialistas. François Hollande dejaría al PS en el estado en que se lo encontró François Mitterrand al comienzo de los años setenta: hecho migajas, sin líder, proyecto, estrategia ni aliados; “un partido en fin de ciclo, quizá en fin de vida”.

Macron tiene a favor la juventud y la brillantez en la retórica, tan importantes en una cultura dominada por una información audiovisual que da más valor a las sensaciones que a las ideas. Para muchos, es más liberal que socialista, aunque recoge una realidad empírica sobre la sustitución de la dialéctica derecha-izquierda por otras batallas, como la que se libra entre identidad nacional y europeísmo. En cierto modo, las adhesiones que recibe indican la presencia de un mayor nomadismo –auténtica volatilidad política- del que cabía imaginar por su trayectoria en el gobierno francés.

Tampoco se recupera el laborismo británico de la crisis que supuso la derrota ante el conservador David Cameron, no especialmente brillante, como se comprobó con su prematura dimisión. El clásico partido del Reino Unido se ha puesto en manos de Jeremy Corbyn, en un intento de volver a criterios izquierdistas más radicales. De momento no parecen dar rédito electoral, pues en elecciones parciales de febrero, perdió el diputado de Copeland, tradicional feudo laborista; aunque ganó en Stoke Central frente al líder del partido nacionalista UKIP.

Más complicada resulta la situación en Italia, tras la dimisión de Matteo Renzi tras el referéndum del pasado 4 de diciembre. Había sustituido en 2014 a Enrico Letta, también del Partido Democrático, tras diez meses al frente de un gobierno de coalición. El voto popular rechazó importantes reformas constitucionales, como la supresión del Senado. Y los sondeos dan ahora el primer puesto al Movimiento Cinco Estrellas, de Beppe Grillo, ante la crisis endémica de la derecha post-Berlusconi y la crisis de la Liga del Norte. Una victoria electoral de los grillini significaría la puntilla a un sistema parlamentario creado al final de la segunda guerra mundial. Entretanto el sucesor de Renzi, Sergio Mattarella tiene la responsabilidad de elaborar una nueva ley electoral, ante los cada vez más próximos comicios legislativos.

Alguna vez he criticado la facilidad con que una izquierda conformista presenta las crisis propias como crisis del sistema. No deja de tener su conexión, por la importancia histórica de los socialismos en el siglo XX. Pero, en estos momentos, me parece que pasa a primer plano la búsqueda de una identidad para las formaciones de orientación socialdemócrata. No parece fácil, ante la expansión del individualismo, también incorporado a la posición socialista sobre las grandes cuestiones de ética social, y aceptado sin reservas por los viejos partidos conservadores.

 
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