Comer con la radio

La gente, cuando come sola en casa, suele acompañarse de la televisión para ahuyentar el silencio y, así, no tener que embebecerse con los pensamientos propios. Solo una minoría elige la radio. Una mudanza, la falta de televisor –y de ganas de traerlo– y una conexión deficiente a Internet, que dificultaba el seguimiento en línea de los diversos canales, me llevaron hace unos meses a sustituir el telediario y Saber y ganar, antes obligados, por la sintonía de Radio Nacional. Y descubrí por casualidad un programa del que puedo decir que se ha convertido en mi favorito.

No se hace corto ni largo, porque dura aproximadamente una hora, lo ideal. No es monótono, pues se compone de diversas secciones muy distintas entre sí. Los oyentes no pueden extenderse y dar la lata, como es habitual entre los que llaman a la radio: cuando entran en directo, es para opinar sobre un tema más o menos insólito y original, fijado previamente, y su intervención está tasada en 29 segundos y medio («que es la mitad de 59 segundos», como dice la misma voz en off –o lo parece– que anuncia el programa televisivo). No hay politiqueo. No hay tertulias campanudas donde los participantes compiten por pisarse las intervenciones. Nadie pontifica.

Tampoco hay entrevistas a personajes de primera fila, de esas en las que se intuye más o menos por dónde van a ir las preguntas y cuáles serán las respuestas. Se hacen entrevistas, sí, pero son más bien conversaciones informales, por ejemplo con el jugador de póker más veterano de España o con el restaurador del tiovivo del Parque de Atracciones de Madrid. Hay peticiones musicales, lo que no obsta para que los presentadores pongan apenas unos segundos de canción, y además no paren de hablar encima de ella sin ningún tipo de rubor. Al igual que no lo tienen para recordar, con la grabación pertinente, advertidos por oyentes delatores, lapsus y gazapos de sus compañeros de RTVE. Hacen un moderado escarnio, pero también y en primer lugar de sus propios errores, cuando se producen.

Hay sobre todo buen humor e ingenio a raudales, y eso sin caer nunca en lo autocomplaciente. Es una nefasta costumbre muy nuestra que el que se sabe gracioso sea el primero en festejar sus ocurrencias. Aquí, ocurrencias surgen muchas y muy buenas, pero se sueltan como quien no quiere la cosa, con toda naturalidad, con un tono ingenuo que no resulta impostado, y ese es quizá su mayor mérito. Por eso el programa puede ser irreverente sin caer en la impertinencia, rondar de vez en cuando lo escatológico sin caer en la vulgaridad, o incluso parecer tontorrón siendo todo lo contrario. Hablo de Esto me suena. Los días en que como solo entre semana, los integrantes de su equipo –José Antonio García, Sergio Martín y Marta Pérez– se sientan a mi mesa, de tres a cuatro, con sus voces festivas y risueñas.

 
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