Cuerpos

Tras un largo periplo por varias ciudades del mundo, ha llegado al Museo Marítimo de Barcelona la exposición «Bodies, el cuerpo humano como nunca lo has visto». No obstante lo atractivo del título, que insinúa retratos de anatomías femeninas resaltadas por tan ceñida prenda, lo que se exhiben son en realidad diecisiete cadáveres con las entrañas al descubierto y más de doscientos órganos plastificados (collige, virgo, rosas). El asesor médico de la muestra resalta su finalidad didáctica, pues permite conocer las interioridades más recónditas y el funcionamiento de nuestro organismo. La cuestión es si ésas son maneras.

Al elegir una sala de exposiciones generalista y no un museo científico sectorial, está optándose por la posibilidad de acceso de un público amplio, lo que confirma el declarado objetivo pedagógico, sí, pero de ese modo sus promotores también se aseguran una clara notoriedad por la controversia que desatan. Lo que en el anexo con visita libre de una facultad de medicina pasaría desapercibido, llevado a cualquier otro ámbito trae aparejada una ristra de titulares en los medios de comunicación. Es decir, que bajo la pretensión fríamente educativa quiere insinuarse –de forma tácita, y quizá vergonzante en este caso– esa categoría distinta que llamamos arte. Si puede considerarse tal una vaca plastificada, ¿por qué no un chino plastificado? (Y no es un ejemplo: todos los donantes de cuantos cadáveres se exponen en «Bodies» tenían esa nacionalidad.)

Al margen de polémicas por las intenciones confesas y por las latentes, y dejando a un lado los reparos éticos, es digno de resaltar el efecto inevitablemente grotesco de unos cuerpos detenidos en actitudes más o menos dinámicas, cuando el hálito vital hace tiempo que los abandonó. He ahí ese espectro dispuesto a efectuar un saque de tenis, raqueta en mano, o aquél que remeda al pensador de Rodin, meditando desde la otra orilla a saber qué designios indescifrables. Más alejados de la circunspección de la muerte que del desmadre cárnico de aquel videoclip en el que Robbie Williams iba arrojando sus despojos musculares a las bailarinas de la coreografía, estos cadáveres no pueden sino inspirarnos misericordia por una desnudez que va mucho más allá de la del cuerpo, sin un revestimiento dérmico, siquiera, que lo recubra. Esperemos que nos aguarde una eternidad más digna que la de esa chacina envuelta en ironfix. Sin necesidad de tanta truculencia expositiva, ya al menos desde Platón barruntamos que así no puede, no debe acabar la cosa. 

 
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