España no se ha roto, todavía

¡Habemus sentencia! Tras cuatro años de intrigas, maniobras soterradas, frases malsonantes, errores de bulto y demás triquiñuelas, el Constitucional ha dictado su resolución sobre el ‘Estatut’. El mejor adjetivo que le podría acompañar a este texto sería el de preocupante.

Remontémonos cuatro años atrás. En 2006, tras conocerse el ‘Estatut’ emanado del Parlamento catalán, desde las filas de la oposición se repitió una y otra vez la célebre frase de “España se rompe”. Es decir, que el nuevo texto tendría consecuencias gravísimas para la unidad del país. Las sospechas no estaban infundadas, sino que el propio presidente del Gobierno contribuía a alimentarlas con frases como “apoyaré el texto que salga del Parlament”.

El ‘Estatut’ fue un motivo más para sembrar España de anticatalanismo. En diversos foros con personas a las que tengo catalogadas como de un elevado nivel intelectual he escuchado proferir frases del estilo:

-- “No voy a comprar ningún producto catalán nunca más”.

-- “Que se independicen y pongan una frontera en el Ebro”.

-- O, más grave aún: “No pienso pisar Cataluña”.

Pero los presagios agoreros no se han cumplido. España no se ha roto y el Tribunal Constitucional ha hecho publica una sentencia que satisface los deseos de los ‘españolistas’. Por varios motivos:

-- A pesar de no haberse modificado la definición de “nación”, el alto tribunal ha dejado claro que el preámbulo no tienen valor jurídico.

-- Se mantendrá la indisoluble unidad del país. Es decir, el alto tribunal deja claro que, por ahora, nadie puede tomar decisiones a su libre albedrío que afecten a todos los españoles, ni los catalanes, ni los vascos, ni nadie.

 

-- También se ha dejado claro que la Constitución está por encima de todo.

Pero me gustaría ir un paso más allá y no quedarme sólo en la superficialidad de la sentencia.

Considero que el texto definitivo del alto tribunal ha aparcado temporalmente una cuestión de fondo, mucho más importante para España.

Hemos de remontarnos al año 78, fecha en la que se aprobó la Constitución. Los catalanes, en esa etapa histórica de la Transición, dijeron ‘sí’ a una Carta Magna y a un Estatuto de autonomía. Ahora, más de treinta años después, la mayoría de los ciudadanos de Cataluña se sienten en la necesidad de renovar ese pacto. Así ha quedado demostrado.

La sentencia del Constitucional, por tanto, pone fin a una batalla. Pero no se puede dar por concluida la guerra. Los catalanes no quieren el texto constitucional emanado de la soberanía popular de finales de los setenta. Lo consideran antiguo, anquilosado y alejado de la realidad. De ahí que muchos vayan a seguir luchando por conseguir una mayor autonomía.

Para muchos catalanes el proyecto constitucional es algo del pasado y, a pesar de que el TC haya cortado las alas de momento a cualquier proyecto independentista, lo seguirán intentando. Voluntad hay y no cesarán hasta conseguirlo.

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