Manifiesto en prevención de los cuerpos celestes

No se propugnará aquí el lanzamiento de una salva de misiles inteligentes tierra-aire-espacio exterior para reducirlos a polvo cósmico, no, pero sí la necesidad de andarse con cautela ante la presencia de los cuerpos celestes. La prevención del título ha de entenderse no en el sentido de impedir que aparezcan –son hechos ya consumados, y desde tiempo inmemorial–, sino de avisar, de recordar cuáles son los riesgos que ocasionan.

Por lo pronto, la luna. Lejana, cercana, constante. La luna que gobierna las mareas y el ciclo de la vida es la misma que ofusca a los lunáticos, que induce al atavismo de la licantropía, que inspira malos versos al insomne enamorado. La luna contemporánea ha sido una batalla en la contienda fría del mundo bipolar, y a su conquista las dos grandes potencias dedicaron recursos que un cierto humanismo consideró inmorales: ¿por cuántas raciones de pan pudo haberse canjeado la huella estriada de Neil Armstrong?      

La querella sigue viva, pues late cada vez que llegan noticias de una nueva expedición cósmica dotada con dispendio generoso. Al fin y al cabo, la existencia de los cuerpos celestes recuerda al ser humano que es pequeño, que es finito, que le faltan certidumbres. De ahí que, como acto de rebeldía ante sus limitaciones, primero se acercara a ellos a través del telescopio, y después físicamente cuando le ha sido posible. Aunque aún no hemos pisado Marte, sigue pareciendo verosímil que algún día el Sistema Solar se cruce en aeronaves de línea con paradas en cada uno de sus planetas.

Decía que los cuerpos celestes son el recordatorio de la limitada existencia nuestra: pequeña, finita, incierta. Porque es pequeña y finita, y la suya casi eterna, corremos el riesgo de sublimarlos y atribuirles la capacidad de influir en nuestro destino. Surge entonces la astrología y la creencia de que el horóscopo, oscuramente, suplanta a la libertad. Porque también es incierta, escrutamos hacia arriba con la duda permanente de si existirá vida futura, de si hay vidas presentes en lugares que no se nos alcanzan, de si en tal caso entraremos en contacto alguna vez, de si será pacíficamente o por las bravas: el riesgo de la invasión extraterrestre.

Otro peligro que acaso provenga también del exterior, y que tiene menos aroma a fantaciencia, porque ya se produjo en el pasado al menos como hipótesis, es el impacto contra nuestro planeta de un meteorito destructor. Si el Armagedón va a llegar por una fuente exógena –anticipándose a los peores augurios del ecologismo–, parece probable que la causa sea menos un comité de enanos verdes con mala leche y una trompeta en la cabeza que un pedrusco irracional e incontrolado.      

De vez en cuando pasa una estrella fugaz y pedimos un deseo. Cada cierto tiempo se producen eclipses y hay quien pierde la razón por un instante. Sabemos que algún día el sol se apagará. Si el cielo fuera un manto negro y raso, si la vida pudiera mantenerse con la única luz y el único calor del fuego encendido por nosotros, no sería tan bella pero acaso sería más conforme. En los cuerpos celestes, en los planetas, los satélites, los asteroides, las estrellas, hay mensajes de miedo y de esperanza, de realidades por venir, y el porvenir corre siempre parejas con el riesgo. Estemos prevenidos.

 
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