RDA

La nostalgia recubre con una fina película risueña, cordial y benigna lo que alguna vez fue, quizá, sencillamente ominoso. En el barrio berlinés de Mitte acaba de inaugurarse un Museo de la Vida Cotidiana en la RDA que, en parte, redime aquel régimen de su esencial fracaso mediante una lúdica revisión de lo consuetudinario, con espíritu similar al que alumbró el exitoso filme Goodbye, Lenin! Carente de mitologías revolucionarias impetuosas y de iconos que aunasen utopía y juventud —el Che de Korda contaba con una réplica improbable en el añoso y funcionarial Honecker—, la Alemania comunista acabó cristalizando para la posteridad tan sólo en un puñado de representaciones y objetos devenidos suvenires.   Como tales pueden adquirirse hoy entre otras cosas la bandera con el escudo —a la germánica, preconstitucional— del martillo, el compás y la corona; o llaveros y camisetas con la reproducción del Ampelmann, el característico hombrecillo del semáforo, tocado con su amplio sombrero, que abre los brazos en cruz o camina airoso según esté en rojo o en verde —y que, con el tiempo, se ha convertido para el mercadeo turístico de los neue Länder casi en un símbolo tan representativo como lo es el toro de Osborne para España—; o réplicas a escala reducida de uno de los modelos más contaminantes que hayan rodado por las carreteras del ancho mundo —pero ya por entonces los ecologistas, siempre tan perspicaces, tenían otros objetivos prioritarios—, el renqueante y simpático Trabant, que, carrocería de plástico a cuestas, era producido con cuentagotas en la factoría nacional de Zwickau, orgullo del régimen en el sector de la automoción.   Como reverso de la nostalgia, un muro de hormigón, alambre electrificado, perros de presa, torres vigía, patrullas de la Volkspolizei día y noche para impedir el acceso a la libertad. Como reverso de la nostalgia, lealtad inquebrantable al Partido, escuchas, allanamientos nocturnos, torturas, juicios sumarios, ejecuciones. El mejor destino turístico para hallar el reverso de esa nostalgia acaso olvidadiza del nuevo Museo de la Vida Cotidiana en la RDA acaso sea otro museo de obligada visita que lo complementa: Die runde Ecke, el antiguo cuartel general de la Stasi en Leipzig. Un edificio siniestro desde donde se controlaba a dieciséis millones de alemanes, pero en cuyo exterior esos mismos alemanes vigilados decidieron cambiar el rumbo de su historia con las manifestaciones que dieron lugar al movimiento «Wir sind das Volk», y apropiarse así de su destino. Por eso pueden hoy recordar de un modo risueño, cordial y benigno lo que alguna vez fue, quizá, sencillamente ominoso.

 
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