Un gallina

Fue hace unos días en un restaurante cercano a Madrid. A mí me persiguen las mesas de al lado con complicaciones y a ti, por lo visto, te apasiona lo de estropear la vida a la gente que te rodea. Nos fastidiaste la cena a todos nosotros, es verdad, pero la peor parte se la llevan tu mujer y tus hijos, a quienes probablemente habrás estropeado la vida entera. Ibas vestido con ropa cara, probablemente la que no le compras a ella, y tenías buen aspecto. Una sonrisa y una calva morena que contrasta radicalmente con las ojeras y la palidez de tu mujer. Lo que no sé es si está pálida porque no le da el sol, o es que aguantarte destiñe. Me inclino por lo segundo, después de contemplaros durante la cena.

La comida era deliciosa y el lugar apacible, pero rompía la paz tu voz crispada. Lo escuchábamos todos perfectamente, a pesar de que tratabas de controlar inútilmente el volumen, para no llamar la atención. Cada dos palabras un taco, cada tres un insulto, cada cuatro, una amenaza. No salías de ese círculo de odio y ultraje. No puedo reproducir aquí la colección de estiércol que echaste sobre la madre ante la mirada temerosa de su niño, de unos ocho años. Nos quedamos asustados todos los que estábamos allí, escuchando cómo se las gasta el señorito cuando le llevan la contraria en cualquier nadería. Al principio, aquello parecía una discusión de pareja sin más, hasta que comenzaste a enseñar tu verdadero rostro de monstruo. Es el drama de tantos hogares donde vive gente tan indeseable como tú, que eres incapaz de respetar a quien más te quiere. O que eres incapaz, en general.

Si soy sincero, no tenías razón en casi ninguna de las sandeces que defendiste violentamente delante de tu mujer. Y no la tenías, no tanto porque no sea cierto lo que salió de tu boca aquella noche, sino porque tu objetivo no era otro que pisotear una y otra vez el dolorido ego de tu acompañante, más que tener razón. No pretendías ganar una discusión puntual, sino que se te veía un experto en el argumento del desprecio y la intimidación. Ese argumento que nos hizo a todos removernos en la silla cuando pasaste a las amenazas más violentas y más explícitas. Por un segundo, fue eso, un segundo, no llamamos varios de los presentes a la policía en ese mismo instante. Por un segundo y por la paciencia con la que tu mujer trataba de hacerte razonar un poco. Sólo un poco. Porque a pesar de tus intentos de lavarle el cerebro, parecía saber muy bien qué terreno pisaba y por qué lo hacía. No sabes la suerte que tienes con ella, que te aguanta sin perder la paciencia todos esos sapos que salen de tu boca y todas esas balas que salen de tu corazón corrompido, en lugar de soltarte un sopapo en esa cara tan morena de solarium que te gastas. Hay que tener el corazón muy sucio para tratar a alguien así, y más aún delante de un niño. Un niño que, por cierto, ahora te sonríe porque ya vimos cómo lo sobornas cuando tu mujer no está presente, pero te recuerdo que algún día cumplirá 18 años. Y entonces, tal vez decida ajustar las cuentas que te mereces y te adorne la jubilación recordándote la cantidad de mal que sembraste en su infancia.

Nos estropeaste la cena. Nos dejaste sin hambre. Nos fuimos sin ganas de nada. No hicimos nada porque al final de la discusión trataste de comportarte de nuevo como una persona normal. Supongo que ese es tu juego. Yo, por mi parte, me quedé con ganas de decirte que eres un gallina. Un cobarde. Sólo los cobardes recurren a la violencia cuando no saben qué argumentar. Lamento decirte que no lograste tu objetivo de mantener impecable tu aparente prestigio. Todos nos dimos cuenta perfectamente de lo que eres: un maltratador. Uno más. No es necesario que le des una bofetada a nadie para considerarte así, basta escucharte. Aunque dudo mucho que en privado no cumplas los violentos planes que en público dejas entrever en tus alteradas disputas.

Tienes suerte de que tenemos una clase política incompetente, que anda a otros asuntos. Y unos gobernantes que se creen que la igualdad consiste en que Aído sea ministra. Te beneficias de esta sociedad idiota que es incapaz de abrir un debate sobre las verdaderas causas de la actitud de sinvergüenzas como tú. Prefieren el eslogan fácil y el pacto contra la violencia de no sé qué. Y esa foto ridícula llena de mujeres con la que pretenden tapar el verdadero drama sin mover ni un dedo. Todo eso te beneficia. No sé si cambiarás algún día. Lo deseo especialmente por tu mujer y tus hijos. Tal vez te arrepientas algún día de ser la víbora que hoy eres y reacciones. Tendrás que pedir perdón muchas veces. Mientras tanto, no lo olvides: a pesar de tu aspecto encantador y de tu obsesión por aparentar estilo y distinción, los maltratadores formáis parte del más despreciable pelotón de delincuentes. O sea que además de gallina, delincuente.

 
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