La silla de La Moncloa

Publica este confidencial que a Rodríguez Zapatero "se le está acabando el tiempo". Las cosas van de mal en peor y ya se busca un sustituto dentro del PSOE. Según ECD, "Bono está quemado" pero "queda José Blanco". Si no hay un cambio radical en el rumbo del Gobierno, al Presidente le moverán la silla hasta los cocineros de La Moncloa. Entre muslito de pollo cocalero y crema catalana, ¡zás! Porque si hay algo que está prohibido tocar en España es el dinero. Cuando la izquierda está en el poder, el español medio tiene unas tragaderas como el túnel del Guadarrama para casi todo, es fácilmente manipulable, y reacciona con humor y resignación ante la situaciones más adversas. Pero con la pasta no negocia. Con las cosas de comer, no juega.

Hay un montón españoles desesperados por la situación económica, social y política. Diría que, cuando pase esta tormenta, España nunca volverá a ser la misma, sino fuera porque la historia de nuestro país se escribe precisamente reeditando el mismo cuento una y otra vez. De vez en cuando llega al poder algún iluminado y deja el país hecho un solar, vendiendo todo lo que somos por su breve gloria, pero pronto sopla el viento, escampa, llueve, y España vuelve a brotar de sus cenizas. No sabemos muy bien por qué. Hemos resistido a zoquetes, locos, malvados y ladrones. Y estamos aquí. Es cierto que estamos como estamos. Pero al menos estamos.

Pese a nuestra natural capacidad para resurgir de la nada, hay que reconocer que la actual situación de colapso de España parece insostenible en el tiempo. Una creciente masa de españoles desea que el presidente convoque elecciones, o se marche a su casa, a León, a Valladolid, a Venezuela, al Planeta Zeta, o a dónde le paguen mejor las conferencias sobre la Alianza de las Civilizaciones. También hay un importante sector de socialistas soñando con un cambio de rumbo en la política económica. Todos ellos, unos y otros, pierden el tiempo. Porque al final es un problema de responsabilidad. Y la responsabilidad no es una de las grandes virtudes de Zapatero. Tampoco lo es de las pequeñas.

No ha sido responsable en su política antiterrorista, ni en su política territorial, ni en su política social, ni en su política económica. No ha sido prudente al enfrentar de nuevo a los españoles, resucitando debates superados y apelando con espeluznantes resultados a los instintos más bajos de los ciudadanos. Tampoco lo ha sido al despreciar la mayor parte de los signos de identidad de la nación española. Por eso, como su bandera es la irresponsabilidad y la eterna adolescencia, no es posible esperar ahora un acto heroico, un sacrificio por el bien común, una huida a tiempo. De momento, los únicos que van a sacrificarse por España son los españoles del montón. Las clases medias, otra vez.

Estos días, cuando Zapatero se asoma a los micrófonos, notamos que las cosas ya no son como antes. Su sonrisa ya no cautiva a nadie, sus palabras no tienen credibilidad, y ya ni los palmeros le hacen los coros como antaño. Los hay, como Bono, de retirada obligatoria, por no querer mirarle el diente al caballo regalado. Y los hay, como Blanco, con la caña a remojo, por si pescan algo. Uno graciosamente desnudado en La Gaceta, y el otro mareado en lo alto de La Noria, son todo lo que queda de los gladiadores del gobierno de la democracia que más ha invertido en maquillaje, en sectarismo, y en manipulación de la opinión pública.

Y así, en solitario y sin aceptar voces críticas, dirige la nave el incombustible de La Moncloa, mientras le hacen la cama por delante y por detrás, y mientras Europa le quita los mandos de la Wii para jugar una partida a nuestra cuenta. Hasta Sonsoles quiere abandonar Madrid. La silla de la Moncloa está temblando. Cuenta este confidencial que a Zapatero se le acaba el tiempo. La pregunta ahora es cuánto tiempo le queda a España.

 
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