No parece fácil desbancar al primer partido europeo

La presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola.
La presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola.

         En Estrasburgo y Bruselas preocupa, con razón, que la abstención siga siendo el primer partido en las elecciones del próximo junio (el 49,4% hace cinco años). De ahí su campaña a favor del voto, “para proteger la democracia”. Como suele suceder, la palabra “democracia” se convierte en una especie de conjuro para eliminar lo no deseado, venga de donde venga: los extremismos, los populismos o simplemente el contrario. Pero no deja de ser un sistema –el mejor- para alcanzar el bien común: aquí deberían poner el acento los eurodiputados salientes y no en el sistema en sí, aunque se acepte que su primer enemigo aparente es la abstención.

         En concreto, cuando se evalúan los niveles de edad que son más proclives a no votar, suelen aparecer los jóvenes. Pero no porque den la espalda a la democracia o a la participación en la res publica, sino porque parecen cansados de los políticos que supuestamente les representan. No creen en el eslogan de la Eurocámara ante los comicios de junio: “utilizad vuestro voto; si no, otros decidirán por vosotros”. Y muchos piensan que eso están haciendo los electos, y querrían que se dieran cuenta de que no se puede falsear la representatividad a coste cero. Les importa más de lo que parece el bien de todos, y por eso se comprometen en tantas causas altruistas y participan voluntariamente en muy diversas ONG. Pero rechazan la ineficacia o la mentira de quienes no cumplen sus promesas. Aunque, en cuanto se descuidan, contribuyen también, desde las redes sociales, al crecimiento de las polarizaciones, tan alejadas de un auténtico diálogo político abierto y participativo.

         Ciertamente, la democracia está amenazada y el derecho a votar no puede considerarse un derecho adquirido inconmovible. Pero, para disminuir la abstención no bastan bellas palabras, como las de Roberta Metsola, presidenta del parlamento, que traduzco con libertad: “La democracia dentro de la UE es más importante hoy que nunca. Vuestro voto determinará la dirección que tomará Europa en el curso de los próximos cinco años. Decidirá la Europa en la que queremos vivir. No dejéis a nadie elegir por vosotros. Id a votar del 6 al 9 de junio 2024. Cada voto cuenta”.

         Desde Bruselas envían también mensajes, para superar los datos de 2019; doran la píldora al presentarlos: “más de la mitad de los electores habilitados para votar acudieron a las urnas” (por los pelos, porque sólo fue el 50,6%). El Eurobarómetro de primavera, con respuestas de más de 26.000 ciudadanos de todos los países de la Unión, señala que el 60% está interesado en las elecciones de junio (once puntos más que en la primavera de 2019); el 71% afirma, además, que probablemente irá a votar (diez puntos más).

         Otros resultados de ese sondeo son más positivos aún ante preguntas genéricas, que se suelen aceptar en teoría, pero no necesariamente se llevan a la práctica: votar es importante para mantener la fortaleza de la democracia (81%); para asegurar un futuro mejor a las nuevas generaciones (84%); más importante aún ahora, habida cuenta de la situación geopolítica (81%).

         El portavoz de la Eurocámara, Jaume Duch, subraya la responsabilidad colectiva solidaria, más allá de naciones, afinidades políticas y generacionales. Desde esa perspectiva se ha concebido una campaña a favor de la participación para recordar lo que nos une, porque es fácil olvidarlo en tiempos de polarización. De hecho, en varios países –pienso en Italia, Polonia, Hungría, también en España y Francia-, los comicios de junio se afrontan desde la óptica de la política nacional, no del futuro de Europa.

         No será fácil lograrlo, porque el parlamento europeo no es ajeno al auge de esa polarización: la indebida aprobación de algunos acuerdos y recomendaciones no encaja con el estatuto fundamental de la Unión, como he señalado en algún artículo reciente.

         Es más: no faltan voces que promueven expresamente la abstención, como recurso político para hacer ver a Bruselas y Estrasburgo la necesidad de un alto en el camino: para recuperar no los ideales de Europa ni de la democracia, sino la confianza en su actual estructura.

         En cualquier caso, esa confianza es imprescindible en una compleja situación política, militar, científica y económica: importa mucho reafirmar la identidad de una Europa unida para superar retos que proceden de Rusia y China, y también de Estados Unidos.

 
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