La conciencia del psicópata

Pedro Sánchez (Foto: Eduardo Parra / Europa Press).
Pedro Sánchez (Foto: Eduardo Parra / Europa Press).

Hace escasas horas, alguna descarriada conciencia pareció conmoverse en el intento de justificar el adelanto de las elecciones generales a la previa del estival día de Santiago Apóstol, patrón de España, y, como no podía ser de otra manera, nuestro sumo presidente volvió a dar muestras de su "particular" TPA, ese trastorno de personalidad antisocial que tantos y tan repetidos estragos lleva causando a nuestra Nación.

Pedro Sánchez ha dado otra vuelta de tuerca a su egolatría, a su narcisismo, a ese desmesurado culto y excesivo amor a sí mismo, a un ser que, no satisfecho con todo el daño hecho a España en una nefasta y multi-desgarradora legislatura, disfruta autocompadeciéndose en un falso ejercicio de entrega, sacrificio e inmolación por su gente, esos diputados y senadores que, en modo "sálvese quien pueda", aplaudían como posesos durante una comparecencia no exenta de afilados estoques para una más que previsible e infausta suerte final el próximo 23 de julio.

Los extenuantes y rabiosos aplausos de sus acomodados súbditos, estómagos agradecidos, sirvieron para idolatrar al líder supremo mientras encubrían dimes y diretes, el ruido de la estocada final, el estruendo de los tambores lejanos de barones o el de la búsqueda de piolets en los baúles de un degenerado socialismo que, en los últimos tiempos, ha venido haciendo gala del saqueo del erario público con el sumiso beneplácito de un pueblo disperso, entretenido e incrédulo ante la continua proliferación de saraos, chiringuitos, prebendas, maletas, escaqueos carcelarios, leyes y decretos para la discordia, compra de votos o barras libres de farlopa y mujeres de moral distraída. Nada nuevo bajo el sol.

Nadie se atrevía, nadie osaba, nadie quería ser el primero en dejar de aplaudir, en autoexcluirse, y, como en los buenos tiempos de Stalin, quedar señalado por el partido para engrosar las filas del Gulag hispano, ese ostracismo político al que, a nivel nacional que no "otanista", apunta Su "Sanchidad" tras unos últimos acontecimientos acelerados por el toque de generala en Moncloa. Allí, en el "cortijo" presidencial, la conciencia del susodicho apareció la noche de autos, pasada la medianoche después del estrepitoso resultado electoral de los prolegómenos.

Como Cenicienta pero sin hada madrina, acudió su corps de force personal para evitar que se rompiera el encanto de la Presidencia y el Gobierno de España por unas urnas que, durante el 28 de mayo, fueron dictando sentencia y propiciando el ocaso del líder ante la sorpresa y desconocimiento de, incluso, allegados políticos; hecho que, por otra parte, no hace más que ratificar la palmaria falsedad de su expositivo argumento en torno a Su dudosa, que no dubitativa, conciencia. 

Sin embargo, afirmaba el agustino Tomás de Kempis que "fácilmente estará contento y sosegado el que, de verdad, tiene la conciencia limpia", aserto que, sin duda, descarta a nuestro protagonista, carente de, entre otras cosas, verdad, transparencia y limpieza en sus declaraciones, intenciones y acciones. Para muestra, una serie de botones.

Esa conciencia es la misma que le había susurrado aquello de no pactar con comunistas, de no gobernar de la mano de golpistas y terroristas, de no mercadear con nuestros territorios del norte de África, de no humillarnos en la esfera internacional, de despreciar protocolos, de cercenar nuestra libertad ilegalmente durante la pandemia o de erigirse en el gestor de leyes dirigidas a violentar y fraccionar nuestra sociedad en cuestiones de diversa índole con ignominiosas consecuencias para la ciudadanía. Esa es su conciencia, la misma que le ha instado a una arenga cargada de provocación y odio hacia no sólo la "extrema derecha", sino la novedosa "derecha extrema"; es decir, hacia todo aquel que no acata sus directrices e imposiciones, discrepa del pensamiento único y expresa su voto en dirección opuesta a la de su partido.

Como le definía el periódico británico The Times tras su sorprendente decisión, "Sánchez es un temerario y autocrático que ha disparado su última bala" en una nueva exhibición de rasgos y signos del psicópata definidos por el Dr. Prakash Masand: comportamiento socialmente irresponsable, violación de derechos del prójimo, manifiesta incapacidad para distinguir lo correcto e incorrecto, dificultad para mostrar remordimiento o empatía, tendencia a la mentira, daño y manipulación a otros, problemas con la ley e indiferencia hacia la seguridad y responsabilidad.

Sin duda alguna, seguro que somos muchos los que, sin ánimo de alimentar una "ola reaccionaria" a lo Trump o Bolsonaro como algunos –y algunas– insinúan, podemos relacionar toda esta sintomatología con el personaje que recientemente ha regido nuestros designios, erigido presidente después de los bochornosos episodios de Ferraz en octubre de 2016 o julio de 2018 cuando los entonces "pedristas" urdieron escándalos electorales internos sin control, censo, garantías o interventores propiciando caos, lágrimas, insultos y gritos en el Comité Federal del PSOE. 

 

De aquellos polvos, estos lodos y...¡Su conciencia!

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