José Apezarena

El tapabocas de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez, durante una intervención en el Senado

Cuando los socialistas ganaron sus primeras elecciones, en 1982, con aquellos 202 diputados, se creyeron de que tenían garantizada la continuidad en el poder prácticamente para siempre.

No obstante, con el fin de asegurarlo aún más, practicaron una auténtica ocupación de todos los resortes del país: políticos, judiciales, económicos, informativos... hasta deportivos (las federaciones) y sociales (por ejemplo, la Cruz Roja). Colocaron gente suya en la totalidad de los cargos.

De cara a la permanencia ininterrumpida en el poder, el sistema era muy sencillo. Si algo salía mal, o si surgían problemas, por ejemplo de corrupción, no pasaría nada porque controlaban absolutamente los resortes políticos, dada su amplia mayoría.

Pero, si alguien tuviera la osadía de desvelarlos, nunca llegaría a conocimiento de la población, porque para ello habían tomado serias medidas de control informativo.

Y si, por un casual, era divulgado, las consecuencias resultarían nulas porque tenían el poder judicial bajo la bota.

Fue entonces, por cierto, cuando cambiaron las mayorías para renovar el Consejo del Poder Judicial, sometiéndolo al poder político.

Aquello parecía la ecuación perfecta. Una situación inamovible.

El esquema saltó por los aires cuando dos medios de comunicación, dos, dieron la batalla de contar lo que estaba pasando: la corrupción que se había implantado en el partido que gobernaba de forma casi absoluta. Esos dos medios fueron el diario El Mundo y la Cadena COPE. Ahí están las hemerotecas.

Finalmente, fue la corrupción lo que acabó con la égira socialista. Pero, eso sí, después de casi catorce años en el poder. Catorce. Una corrupción que pudo conocerse por el trabajo y coraje de esos medios de comunicación, que, por cierto, se jugaron el pellejo.

 

Ahora, Pedro Sánchez ha puesto en marcha una gran ofensiva, dirigida a demonizar a los partidos de la oposición, a los jueces, y a los medios y periodistas  no controlados.

¿Qué persigue con ello? Básicamente descalificarlos.

De esa manera, las denuncias de sus manejos, chanchullos y decisiones ilegales (indultos, amnistía, y en un futuro cercano concesión de referéndums de independencia) no resultarán creíbles para los ciudadanos. Tampoco, por supuesto, cualquier acusación de corrupción a su querida esposa (Barrabés, Globalia, Air Europa, Marruecos, máster en la Complutense...), que será presentada como parte de la conspiración. ¡Pobre Begoña!

Fachas, fango, basura, lawfare... Es el tapabocas, la mordaza, que pretende imponer Pedro Sánchez a este país. Para que no se sepa nada. Y, si alguien lo cuenta, que no les crean. Ni a los partidos que pretendan denunciarlo, ni a la judicatura si intentara investigarlos, ni, por supuesto, a los medios de comunicación que los destapen.

Al PSOE del primer Felipe González, la tela de araña tejida le salvó durante casi catorce años. Pedro Sánchez lleva ya seis en La Moncloa. Y quiere seguir más. Al precio que sea.

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