La evolución demográfica influirá en la política de EEUU

Ha tenido mucho eco el último informe de la Oficina del Censo de EEUU. El dato más destacado es que pertenecen a las llamadas minorías más de la mitad de los neonatos. A juicio de los demógrafos, es un hito en la historia de la población estadounidense. En concreto, el 49,6% de nacimientos entre julio de 2010 y de 2011 corresponden a familias americanas clásicas; son superados, hasta el 50,4%, por los hijos de hispanos, asiáticos, afroamericanos o de otros orígenes étnicos. Según las proyecciones demográficas, los blancos seguirán siendo el grupo mayoritario hasta 2042.

De todos modos, el cambio se advierte ya en algunos Estados de la Unión, como Nuevo México, Texas y California, donde los blancos no alcanzan el 50% de la población, como tampoco en el Distrito de Columbia; esa situación se da en uno de cada nueve condados del país. De hecho, según el censo de 2010, más de la mitad del crecimiento en la década anterior se debía a los hispanos, que pasó de 35 a 50,5 millones.

Como es lógico, esa realidad influirá en las políticas migratorias, que se han abordado estos últimos años con excesivo simplismo, y amplias dosis populistas. Algo semejante a la reacción actual de la izquierda multiculturalista, que ha lanzado enseguida sus campanas al vuelo, o a la de los movimientos de la extrema derecha, que presagian un desastre socioeconómico.

En estos momentos, se está a la espera de la sentencia del Tribunal Supremo sobre la dura ley de inmigración adoptada en Arizona, que podría ser imitada en otros cinco estados. Andrew Cherlin, sociólogo de la Johns Hopkins University, considera que “el cambio en nuestro país puede no ser tan amplio como algunos piensan", porque "los inmigrantes cambiarán nuestra sociedad, pero nuestra sociedad cambiará a los inmigrantes".

Estados Unidos ha nacido y crecido como nación a base de asimilar progresiva y patrióticamente a oleadas de inmigrantes, que llegaban al país por razones diversas. En la historia, se subraya la búsqueda de libertad ideológica o religiosa frente a las guerras y la opresión que provocó en Europa el trágico principio del cuius regio, eius religio. En las últimas décadas, el fenómeno ha crecido por razones económicas, dentro del conocido binomio: búsqueda de futuro por parte de pueblos jóvenes, necesidad de mano de obra en un Estado que sufre el envejecimiento típico de occidente.

Ese crecimiento, al margen de las cuestiones relativas a la inmigración ilegal (unos once millones de personas), ha ido acompañado de la dedicación de más recursos económicos y humanos para la integración. Ciertamente, la asimilación de latinos o asiáticos no ha debido sortear las discriminaciones históricas de la población negra, que fueron desapareciendo poco a poco –en el plano racial, no tanto en el socioeconómico‑ a partir de la presidencia de John Kennedy. Desde luego, en Estados Unidos no se atisba el problema que apunta en países como Alemania, Reino Unido, Francia o España, donde los hijos de los inmigrantes están protagonizando cierto radicalismo, especialmente si proceden de la órbita islámica.

La situación americana se caracteriza por la tendencia a la integración, aunque es alta aún la desigualdad en materia de grados universitarios, a pesar de la “discriminación positiva” en la admisión de alumnos. La realidad es que Estados Unidos eligió en 2008 a un presidente de color, en unos comicios en los que se advirtió la fuerte incorporación de hispanos y asiáticos en las listas de nuevos votantes. Se calcula que Obama recibió entonces el apoyo de dos tercios del electorado de origen hispano, aunque esto puede cambiar ahora.

Cada vez son más numerosos los nombres latinos entre los personajes de la vida pública de EEUU. Su peso crece en Estados como California, Florida o Texas, donde están planteadas batallas políticas para reformar los distritos electorales, pensando en su repercusión en las próximas consultas. Los republicanos tratan de evitar que la ley perjudique a las minorías, entre las que esperan obtener mejores resultados, especialmente tras decisiones de Obama que chocan frontalmente con tradiciones sociales y humanas de esos grupos.

Como señaló hace unos años con sentido del humor Philip Longman, de la New America Fondation, la demografía tiende a favorecer a los republicanos: en Seattle, Estado de Washington, ciudad muy demócrata, hay un 45% más de perros que de niños; en la conservadora Salt Lake City –entonces nadie pensaba en Mitt Romney como candidato a la presidencia‑, hay un 19% más de niños que de perros.

 
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