Volverse invisible

Tenía un amigo que no creo que vaya a leer estas líneas porque hace años que no sé de él, le llamaré V., que hace mucho, cuando le conocí tendría unos treinta y cinco y yo dieciocho años, me contaba resignado, habiendo llegado por entonces a los cuarenta y pocos, que se había vuelto invisible. Se refería a la mujeres.

Era un hombre con gran atractivo físico y mental. Pelo cano, alto, ojos azules y de conversación interesante y apasionada.

Con sus cuarenta y algo cumplidos, me confió que las mujeres habían dejado de mirarle por la calle. Imagino cómo de herido debía estar su orgullo.

Esta conversación, como tantas otras que mantuve, no la he olvidado y a menudo la rememoro aunque en otra dirección.

Ahora a mis cuarenta y tantos, me aborda la misma preocupación pero no en el sentido físico del atractivo.

Me he convertido en alguien invisible para el mercado laboral, un mercado que no de ahora sino de hace años, dejó de ver mi perfil interesante.

Llevo años, algunos con más fervor y otros con menos pasión, buscando la manera de cambiar de trabajo y ni siquiera he conseguido que me concedan una entrevista, me criban mucho antes de conocerme sólo por lo que leen en mi CV y carta de presentación cuando la acompaño.

He agotado todas las posibilidades que tengo a mi alcance recurriendo a los pequeños contactos que me ha permitido mi formación en los últimos años, en busca de apoyo y consejo y puedo decir que he tenido la gran suerte de contar con la generosidad extraordinaria de un profesor, al que apenas tuve en un par de clases de un máster que realicé hace años y que si me lee sabrá reconocerse.

Sin embargo, no he sido capaz con los grandes consejos recibidos y con los retoques aquí y allá de mi CV y carta de presentación, de atraer el interés allí donde me he presentado.

 

He aceptado que sería en vano seguir formándome salvo para mi satisfacción personal.

Hago un repaso a mi vida estudiantil y desde que terminé la facultad hace ya mucho tiempo, he estado formándome en distintos ámbitos, comenzando por especializarme en mi ámbito que es el social. Y llegó la primera gran crisis, nada parecía satisfacer el deseo de los reclutadores que con su hambre de mutilar las ganas de recién licenciados, solicitaban por aquel entonces como requisito imprescindible para entrar a trabajar, contar con experiencia pero, y aquí viene lo mejor, tenía que ser remunerada.

Parecía una burla, como si quisieran tomarnos el pelo a todos aquellos que con veintipocos años y recién tituLados, pudiéramos aportar experiencia remunerada, todo lo más voluntariado que era lo que podía yo presentar como aval.

Entonces me arriesgué poniendo un gabinete en casa, resultó ir mejor de lo esperado pero no lo suficiente para poder dedicarme sólo a esto, para eso se necesitaba tiempo y yo lo que tenía era prisa, estaba ávida por vivir la vida, no podía detenerme a esperar a que me fuera mejor.

Después mis diferentes inquietudes me arrastraron a nuevos caminos y empecé a formarme en otras artes y disciplinas, pero con el mismo éxito. Habían llegado los treinta y tantos y mi segunda crisis empezaba a recordarme que detrás de mí, venía una juventud con la tecnología bien aprehendida como carta de presentación.

En esta etapa de mi vida el problema no estaba en la remuneración de la experiencia, sino simplemente en la falta de oportunidades para alcanzar dicha experiencia. Dejó de estar de moda que fuera o no remunerada. No obstante, me encontraba ahogada entre un perfil que por mi edad se le suponía senior y un perfil junior por sólo poder aportar formación.

He tenido diferentes crisis en mi vida relacionadas con mi valía profesional. No creo haber superado las dudas que me asedian aún hoy, con mis cuarenta y tres, de saberme con un perfil heterogéneo y creo que interesante y no haber sido capaz de encontrar la manera de entrar a esa medina de entrelazadas calles que es para mí el implacable mundo laboral.

Ha habido generaciones, por supuesto no sólo la mía, con una sobrecualificación extraordinaria y que les ha costado ser vorazmente depredadas por las diferentes y belicosas condiciones imperantes en cada momento para acceder al mercado laboral.

Un proceso de selección que ha frustrado las ganas e ilusión de tantas personas con una gran vida profesional que aportar.

Me cuelo con permiso de la intensa agenda pública con la que abrirán estos días los medios de comunicación con tantos temas de interés. Esta carta no pretende ir más lejos de llevar a compartir en voz alta solamente unas reflexiones a quien pueda interesarle.

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