Diez postales con metralla desde la frontera de la guerra

Un reportero de Confidencial Digital nos cuenta desde Varsovia la realidad de los refugiados ucranianos que están llegando a España

Olena en un área de servicio de camino hacia España. Su riñonera era una pancarta clamorosa. Fotos Álvaro Sánchez León
Olena en un área de servicio de camino hacia España. Su riñonera era una pancarta clamorosa. Fotos Álvaro Sánchez León

Varsovia se ha convertido en la capital mundial de la solidaridad. Allí, polacos y europeos de diferentes países se afanan estos días por ayudar a los millones de ucranianos que han salido de su patria por culpa de esta guerra. La caravana OnBoardToHope, liderada por ciudadanos madrileños, ha llevado siete autobuses hasta la frontera de la guerra y ha traído a 350 refugiados ucranianos, acogidos en nuestro país gracias a la colaboración de muchas personas. Seis días. Seis mil kilómetros. Veinticinco voluntarios. Comida, medicamentos, pañales, mantas, manos, tiempo y empatía de verdad. Más de 200 familias protagonistas de esta invasión sin alma ya han encontrado la calma dejando de huir. Atrás quedan familiares en el frente, casas, sangre, sudor y lágrimas. En postales escritas desde el epicentro de nuestra tragedia contemporánea, le contamos la expedición desde dentro.   

Álvaro Sánchez León | @asanleo

El pasado 11 de marzo tres autobuses salieron de madrugada desde Madrid hacia Varsovia. Con veinticinco voluntarios y cargados hasta las trancas de cajas de solidaridad: comida, mantas, pañales, medicamentos, cabezas, manos, tiempo. Era la cabecera de la caravana OnBoardToHope, una iniciativa de ciudadanos madrileños que surgió una semana antes durante una cena entre amigos: “¿Qué podemos hacer por Ucrania?”. Y lo que se pudo, se hizo. Primero fueron tres autobuses, y al final han sido siete. Seis días. Seis mil kilómetros. La colaboración de muchas personas y 90.000 euros de recaudación. Bajo el paraguas de la Fundación Madrina y con la complicidad de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Objetivo: llevar ayuda hasta la frontera de la guerra y traer al máximo número de refugiados a nuestro país. Con 350 ucranianos asentados en diferentes formatos de acogida en estos días, podemos decir que la misión civil de paz ha sido un éxito. Así ha sido la travesía desde dentro en diez postales, más la foto de portada.

1. Madre, hija y poni.

Madre, hija y poni. Dos refugiadas de camino a Madrid.

Unos doce mil refugiados llegan cada día a Polonia desde el estallido de la guerra. De ellos, la inmensa mayoría son mujeres jóvenes y niños. La alta población infantil ucraniana llama la atención, por eso muchos medios ya hablan del éxodo de los peluches, que están por todas partes. Los hombres en edad militar están jugándose la vida en el frente, y las madres están intentando reconstruir la paz y salvar a sus hijos de la locura del presente. En esta imagen, una madre y su hija estiran las piernas en una parada del autobús que las aleja del ojo del huracán y las acerca a la hospitalidad española. El poni es el símbolo de la inocencia, y de un futuro posible, a pesar de que está sobre la mesa que papá ni vuelva, ni sobreviva.

2. Miradas perdidas.  

Modlinska. Abuela, nieto y peluche.

En el centro de refugiados de Modlińska, a media hora de Varsovia, conviven más de dos mil refugiados ucranianos bajo el techo de una nave de congresos. El espacio es frío, a pesar de que los polacos -sector público e iniciativa privada-, con el aval de la Unión Europea, se están volcando. Madres en bata deambulan entre niños. Niños juegan como si la guerra fuera una broma. Y muchas personas mayores miran al infinito, buscando respuestas. Como esta abuela, que ya está en Madrid, pero que no podía afrontar sin niebla la incertidumbre antes de sentarse en el autobús con su hija y su nieto. Las miradas perdidas y los pasos vacilantes son el común denominador de los damnificados por esta invasión. Huyen de las bombas y del mal. Dudan de que el bien vuelva a despertarse en sus vidas, aunque mucha gente buena les esté aliviando el camino.

3. La guerra con smartphones.  

Dos jóvenes juegan con el móvil en Modlinska.

Entre los camastros desperdigados de Modlińska se observa otra realidad novedosa. En esta guerra los móviles juegan un papel especial para conectar. La inmensa mayoría de los refugiados está al aparato. Hay mujeres que contactan de vez en cuando con sus esposos, que dan el parte deseado desde las trincheras: “Estoy bien”. Con el miedo a la geolocalización, los dedos temblorosos se imaginan entre cascotes aliviando el dolor al otro lado de este escenario de terror. En el centro de refugiados se ve que los móviles sirven para conectar con el siglo, para mantener un pie en la realidad en medio de este cruel surrealismo. Incluso para conectar con las edades naturales. Estos chicos que juegan con sus smartphones huyen del crudo presente entre videojuegos y se tapan los oídos frente a los gemidos de este hangar. Son adolescentes y el misil de la paranoia bélica les ha alcanzado cuando estaban dando el estirón.

4. Las espaldas de los abuelos.  

La familia de Natalia.

Ucrania lleva muchos años en tensión. La inquina soviética la han vivido especialmente los abuelos, testigos de mil batallas, mil vértigos, mil órdagos. Ahora son ellos los que soportan sobre sus espaldas maltratadas el peso de esta invasión. Se ve entre los refugiados y se observa en esta instantánea. El hijo de esta señora mayor y hermano de Nataliya Nazarenko ha dejado a lo que queda de familia en el Hotel Radisson Blue de Varsovia para que partan hacia Madrid. Los ha llevado hasta allí y, después, se ha vuelto a la guerra con un estoicismo admirable y el digno sentido del deber en la pechera. Son las dos de la madrugada. Las dos mujeres están rotas. Nataliya está pálida de dolor y de cansancio mientras cuida de sus hijos Yuriy, Artur y Markyan. Su madre tira del carro. Los abuelos son los grandes olvidados de las diásporas y, sin embargo, son la columna vertebral para afrontar una guerra sin tirarse por el precipicio de la desesperación pensando siempre en el bien de la familia. Los abuelos son el reflejo de una meta moral: personas consistentes a las que les ha explotado a la vez su familia, su casa y su presente. La sociedad occidental les debe el cuidado y el respeto que merece una generación a la que, sin querer, dimos la espalda durante la pandemia.

5. Sobrevivir con dignidad.

Modlinska. Madre joven con chanclas grandes.

Hay muchas maneras de sobrevivir, y la más humana siempre cuenta con la ayuda de los demás. Estos pies de mujer joven sobre chanclas de varias tallas de más que vi en Modlińska me conducen hacia esta reflexión. En estos días la solidaridad internacional se vuelca con los ucranianos. Muchos dan cosas y quienes pueden dan su tiempo. Acertar con la manera de ayudar es un arte, porque las sociedades contemporáneas no toleran ni el paternalismo ni la marginación. La empatía real es una necesidad crucial, especialmente cuando aflora el drama. Detrás de estas personas cuyas pertenencias se resumen en una maleta desvencijada hay una historia, unos recuerdos, una injusticia, una ansiedad. Detrás de muchos inmigrantes que conviven entre nosotros, también. Pienso en todas las personas inmigrantes que comparten ya nuestra mesa. ¿Somos conscientes de que muchos de ellos están aquí después de huir? ¿Les hemos puesto fácil volver a empezar? ¿Hemos colaborado con ellos pensando en nuestras conciencias o en sus verdaderas necesidades? Todos tenemos una talla de pie y necesitamos que los zapatos se nos ajusten lo mejor posible para seguir andando hacia adelante.

6. El calor de los peluches. 

Los peluches de Modlinska.

Modlińska es un campamento, también, de peluches. Están por todas partes. Aferrados a las manos de los niños o de sus madres, o abandonados con su sonrisa estoica y pétrea entre las olas de mantas de estos camastros de campaña. Son el calor al que se agarran los más pequeños. El testigo que le dan en la frontera como si fuera un reset. Ni hablan, ni consuelan, ni lloran, pero acompañan. Cuando uno huye, la buena compañía es el mejor tesoro. A veces, la cercanía de un incondicional que ni juzga ni se queja es como abrir la ventana del zulo para respirar de nuevo hasta lo hondo. Muchos niños ucranianos crecerán con un peluche en la memoria despeluchada de la guerra. El bien y el mal coexisten en Kiev y en las ciudades sacudidas por Putin. La vida real no es Walt Disney y, sin embargo, cualquier placebo puede ser un trampolín hacia lo mejor de los seres humanos.

7. El hada Madrina.

Conrado y dos voluntarias de Madrina en Modlinska.

La Fundación Madrina lleva veinte años dando techo a madres con problemas para dar a luz al final del túnel. Solo en 2021, 800 niños nuevos han roto aguas tranquilas en sus nidos. Durante la pandemia, la organización desorganizada que dirige Conrado Giménez-Agrela ayudó a 4.000 familias. Una detrás de la otra. La experiencia, el empeño, la audacia, el sentido de misión y la sensibilidad han sido el paraguas que ha logrado que 350 refugiados ucranianos estén en España entre algodones. Yo he visto cómo trabajan sus voluntarios. Personas que conducen toda la noche para estar antes. Gente mayor que supera los muros de las lenguas para entenderse con las jóvenes del Este para viajar con todos los papeles en regla. Horas. Sueño. Vigilias de autobús. Generosidad, y una réplica de la Virgen de Schoenstatt. El potencial español de solidaridad es brutal. Los voluntarios de Madrina -junto a los de OnBoardToHope y la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno- han puesto el listón de la verdadera caridad cristiana en el lugar objetivo.

8. Madrid, acogedora.

Un niño ucraniano juega en el centro de acogida de Pozuelo.

Este niño ucraniano juega con un icono de nuestra tradición infantil sobre el piso del Centro de Acogida de Pozuelo de Alarcón, donde la Comunidad de Madrid ha recibido con los brazos abiertos a estos 350 refugiados. Han llegado y, en seguida, se han sentido bien cuidados. Papeles, médicos, Seguridad Social, hotel, ducha, comida caliente y un suspiro de paz. La ayuda humanitaria es cara, pero alimenta a la sociedad entera. De allí, muchos han derivado a familias de acogida generosísimas, y algunas han tenido la suerte de encontrar un hueco entre gente de su estirpe. Se respira un clima de optimismo y agradecimiento en este enclave madrileño que se ha convertido en el punto de inflexión hacia la reconquista de la dignidad de muchas personas que, quizá, no esperaban ya esta cura de humanidad a estas alturas de sus películas.

 

9. Flores de esperanza.

Una mujer ucraniana recoge unas flores en una parada del viaje a Madrid.

Manos curtidas de una mujer ucraniana de 70 años. Losetas de área de servicio francesa. A punto de pisar suelo español, Aina corta tres flores sin abrir de un jardín para camioneros e inaugura su propia primavera. Sus manos nos cuentan el pasado -la vida, la casa, el susto, las muertes, la huida, la tragedia- y las flores nos relatan el olor tísico de la naciente esperanza. No es la primavera de Botticelli. Es hiperrealismo sobre lija. En medio de una guerra cada alma se agarra a lo que puede y tres flores sin raíces pueden ser un ramo de ilusiones.

10. El futuro.

El niño traductor al ucraniano entusiasta.

Interior. Hotel Radisson Blue Sovieski. Varsovia. Arranca la madrugada antes de que salga el segundo autobús de OnBoardToHope hacia España lleno de refugiados. Mientras los voluntarios registran a los interesados en partir -nombres, apellidos, pasaportes…-, los niños más pequeños duermen derrumbados en los sillones del hall. Entre el spa y la peluquería estética de este cuatro estrellas largas se ubica el campamento del éxodo en una estampa surrealista. Mientras, David deslumbra por su talento despierto y sus ganas de ayudar. Traduce del ucraniano al inglés con desparpajo. Tranquiliza a sus mayores. Sube y baja. Sonríe. Sostiene y da paz. El futuro de Ucrania personificado conquista a los voluntarios. Tiene un aire al Macaulay Culkin de Solo en casa, pero David no está solo y ha vencido al Goliat de la tristeza con unos resortes de cine. Volverá para reconstruir con sus manos, su talante y su pasión lo que haya que levantar para seguir.

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