Asuntos Exteriores y el favor de Sarkozy

Ahora que está tan de moda pedir la dimisión de los ministros y reprobar su gestión, no se entiende demasiado bien que no se alcen voces que critiquen la actuación del actual ministro de Asuntos Exteriores, al menos con la insistencia que lo hacen en relación a otros miembros del Gobierno y lo hagan desde un punto de vista estrictamente profesional, juzgando la gestión del ministro a la luz de los intereses generales de España y dejando a un lado los intereses de partido que –en según qué momentos- pueden inclinarse por una u otra opción de las que habitualmente existen en política internacional.

Hay en España una serie de asuntos que jamás han estado en tela de juicio, que nunca han sido objeto de controversia y en los que todos los Gobiernos, de uno u otro signo y desde hace siglos, han estado de acuerdo. Gibraltar y Ceuta y Melilla son quizás el ejemplo más claro de esas parcelas intocables de nuestra política exterior, precisamente por ser –sin la menor duda- asuntos de política interior, tanto en cuanto se trata de territorio y ciudades inequívocamente españoles.

La visita de los Reyes a Ceuta y Melilla ha provocado la inmediata y airada reacción de Marruecos. El embajador ha sido llamado a consultas y la palabra ‘provocación’ es la que más se escucha al otro lado del Estrecho.

Con independencia de la sinrazón de reivindicar Ceuta y Melilla como territorios de soberanía marroquí y de que esas protestas respondan de forma periódica a las necesidades de la política interior de Mohamed VI, lo cierto es que la reacción de la diplomacia de Marruecos ha sido contundente y fulminante en defensa de los que creen sus derechos. Además, han sabido movilizar a la opinión pública y las manifestaciones al otro lado de la frontera se van a suceder en estas próximas fechas.

Lejos de esta actitud de Marruecos ha estado la acción de la diplomacia española. Sin entrar en la anécdota -significativa, pero anécdota al fin- de Moratinos pasando el puente de Todos los Santos en Marruecos o de la mirada para otro lado del presidente Rodríguez Zapatero, lo cierto es que la reacción oficial no ha existido y, si ha existido, ha sido mínima, y por mínima ridícula. Que la vicepresidenta del Gobierno e incluso el ministro de Exteriores, en plena crisis y ante el viaje de los Reyes, se limiten a adjetivar como excelentes y normales las relaciones con nuestros vecinos, es hilarante.

Todos sabemos que Marruecos es nuestra frontera del sur y que hay que llevarse bien, y que estamos condenados a entendernos, pero nada de eso es óbice para que en buena lid diplomática se dejen las cosas en su sitio.

De la misma manera había que “hacerse visible” en el problema de los ciudadanos españoles detenidos en Chad. El favor no es que se lo haya hecho el presidente francés a las azafatas que ayudó a liberar y se trajo hasta Madrid, el favor se lo hizo al presidente del Gobierno de España cuando dijo aquello tan sentido de la “operación conjunta”. Sólo le faltó ponerles un lazo antes de entregárselas a un sonriente Rodríguez Zapatero que no se había enterado de nada, junto a un ministro de Asuntos Exteriores que mentalmente seguía de “puente”.

Diplomacia y trabajo. Es lo que ha hecho Marruecos en defensa inmediata y rotunda de lo que ellos consideran sus derechos sobre Ceuta y Melilla. Es lo que ha hecho Sarkozy en una acción rápida y eficaz. Todo un ejemplo a seguir. Pero a lo mejor lo tendría que seguir otro ministro de Exteriores.

 
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