Cospedal, la mujer tranquila

El Partido Popular está muy tranquilo, muy tranquilo, muy tranquilo. Mariano Rajoy está muy tranquilo, muy tranquilo, muy tranquilo. Y se supone que Dolores de Cospedal -que es la que afirmaba y reafirmaba esa tranquilidad- también está muy tranquila, muy tranquila, muy tranquila.

Aquí, a lo que parece, todos están muy tranquilos en el Partido Popular. El único que está que no para es Luis Bárcenas. Por si fuera poco ahora se ha metido de lleno en la jurisdicción laboral. Es decir ha demandado a los populares por despido improcedente.

O sea que a Bárcenas aquella maravillosa cantinela de la misma Cospedal -cuando en tono enfático nos contó a los españoles que el asunto Bárcenas había sido 'una simulación en forma de retribución con pago diferido'- no parece que le convenció mucho.

Dicen los socialistas, también en tono de cantinela, que Rajoy no habla de Bárcenas para que Bárcenas no hable de Rajoy. Pues de momento Bárcenas, notarios aparte, ya está diciendo bastante.

Una vez más la comunicación del Partido Popular puede calificarse de penosa. Los silencios de Mariano Rajoy, en determinados contextos, comienzan a resultar ominosos. Los trabalenguas de Mariano Rajoy, ese decir sin decir, comienzan a hacerse insoportables para los ciudadanos.

Y en el mismo plano de la comunicación, las intervenciones de Cristóbal Montoro en el Congreso de los Diputados, con razón o sin ella, son de sonrojo general.

Hay muchos militantes de los que trabajan en Génova que se confiesan desencantados de ciertas gestiones o que critican actitudes públicas de sus dirigentes; pero en lo que todos coinciden es en el desastre de la política de comunicación del Gobierno y del partido.

En el caso Bárcenas es posible que solamente se pueda hacer lo que se está haciendo, esperar a que escampe y que sean los tribunales los que, de verdad, digan la última palabra; pero aun tomando ese camino, se puede comunicar mejor y dar una mejor imagen a los ciudadanos.

Con Bárcenas, la suerte que tiene el Partido Popular es que el talante y la vida, más o menos divertida que hace el antiguo tesorero, no son las mejores bazas para ganarse a la opinión. Porque a poco que se lo propusiera, delincuente o no, condenado o no, igual se llevaba también las simpatías de la calle.

 

Ya va siendo hora de que en el Partido Popular alguien se percate de que tras un año y pico de gestión la coartada de lo que se encontraron, las fisuras entre los socialistas y la mayoría absoluta son agarraderos que cada vez queman más.

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