Los abortistas

Los abortistas a los que me refiero no son las mujeres que, por unas u otras razones, toman la gravísima decisión de acabar con la vida de su hijo aún no nacido. Tampoco aludo a quienes, familiares o allegados, coadyuvan a semejante aberración. No señalo como abortistas a quienes han hecho del crimen y del asesinato de los más inocentes su ‘modus vivendi’. Unos y otros, sin rebajar un ápice su responsabilidad, tienen ‘sus justificaciones’ y, al menos, dan la cara e incluso pasan por ‘abortistas’. Pero hay otra especie de abortistas que defienden ese crimen a capa y espada, que lo pretenden justificar con la ley en la mano, que razonan su bondad o se apoyan en la teoría del mal menor. Son los que, amparados en un acta de diputado o en un cargo de cualquier partido minoritario, pretenden pontificar sobre lo divino y lo humano y pasan las horas buscando argumentos para que a ellos -sólo a ellos- no se les pueda llamar abortistas.

Son los fariseos que acusan a los demás de lo que ellos llevan tiempo practicando en la más absoluta impunidad y buscan desesperadamente la justificación moral de su conducta. Son aquellos que, con hipocresía patente tergiversan razones, aducen conductas inexistentes y olvidan condenas explícitas, pura y simplemente, porque conviene a sus argumentos.

Son quienes se felicitan, se abrazan y brindan entre sonrisas porque han triunfado en votaciones que tenían más que ganadas antes de celebrarse. Son quienes trafican con las vidas de los no nacidos y además quieren pasar por buenos oficiales a base de esgrimir versículos a su medida.

Son quienes juegan al abortista bueno, frente a los que convienen que pasen por los abortistas malos y frente a quienes son malos por negar la moralidad del aborto en cualquiera de las modalidades que los ‘buenos’ se sacan de la manga.

Son quienes desde una falsa moral –falsa porque es una moral ‘pret a porter’- pontifican, acusan, dan o quitan avales y sin cuyo salvoconducto nadie puede tener segura la salvación en la otra vida en la que, por supuesto, creen.

Son los auténticos seguidores de un falso Jesús y de un falso Evangelio de ‘usar y tirar’.

Son quienes amañan la ley divina y hasta la ley natural, pero sólo en los párrafos que a ellos les convienen. Son los de la Ley de Dios a la medida de su comodidad. Son quienes usan la ley moral tanto en cuanto sirve a sus fines o les vale como justificación a conductas que no se tienen de pié.

Son –y es lo peor- quienes quieren gozar de la infalibilidad que niegan a otros.

P.S. También los periodistas tenemos corazón y también el corazón del periodista protesta de vez en cuando. Algo estudiaste de corazón, querido y admirado Carlos Herrera y mucho sabes de buen periodismo. Gracias Carlos, por tus buenos deseos en ‘tu Onda’ y gracias a los buenos deseos de todos.

 
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