Por la boca… Ejemplo, espejo y paradigma

En cuanto cualquier personaje, más o menos público, más o menos famoso o más o menos conocido tiene el menor desliz, comete un delito, una falta ciudadana, dice una palabra más alta que otra o hace un gesto inconveniente, surgen las voces de quienes critican al susodicho y afirman que, además de reparar por todo lo que haya podido hacer o decir, tiene la obligación de ser ejemplar y de transmitir ese buen ejemplo a los ciudadanos corrientes, singularmente a niños y jóvenes.

Apañados estaríamos si nuestras nuevas generaciones tomaran como ejemplo al cantante de turno, al futbolista lenguaraz, al político faltón, al televisivo que grita de plató en plató o a quien da positivo en un control de tráfico por alcohol o drogas.

Uno no acaba de ver a unos padres normales, que procuran educar a sus hijos con esa misma normalidad, poniéndoles como ejemplo a los políticos que vociferan en mítines y debates parlamentarios, diciendo a sus hijos que tendrían que parecerse a esos futbolistas más o menos ‘cerebrados’ que difunden vídeos que causan rubor, indicando a sus retoños que tomen ejemplo del que se salta un semáforo, se enfrenta a la autoridad y además circula bebido o sin carnet, o sugiriendo a sus descendientes que tomen como pautas de su vida las seguidas y mostradas en medios de comunicación por los famosos de turno.

Vamos a dejarnos de tópicos y abandonemos de una vez esas teorías que exigen ejemplaridad a quienes, por definición, son incapaces de dar un mínimo ejemplo positivo. Que carguen con lo que tengan que cargar, derivado de sus acciones o de sus actitudes, pero no los gravemos con la obligación de dar ejemplo.

Y, al mismo tiempo, indiquemos a nuestros niños y jóvenes en qué vidas tienen que fijarse o qué ejemplos pueden copiar. Los hay muy buenos, aunque no sean de famosos ni conocidos.

 
Comentarios