Por la boca…Presumir de inocencia

Proliferan los casos de corrupción en nuestra vida pública y es raro el día en el que uno de ellos no es portada en los medios. Son una especie de acostumbramiento malo y eso no es bueno. La frase ‘otro más’ se está haciendo de uso corriente y eso, que tampoco es bueno, denuncia una especie de fatalismo. Un fatalismo con el que hay que acabar porque ni todo es corrupción ni todos los hombres públicos son corruptos.

Como somos muy dados a las frases, cuando no a los tópicos, eso de la ‘presunción de inocencia’ también ha hecho fortuna entre comentaristas y analistas de la actualidad. Todos se tientan la ropa y hablan constantemente de que hay que tener muy en cuenta la presunción de inocencia. Vale.

La presunción de inocencia es una figura jurídica fundamental en cualquier estado de derecho y como tal hay que mantenerla y respetarla en todos y cada uno de sus extremos. La presunción de inocencia, en uno u otro sentido, acaba cuando el juez dicta sentencia y ya el ‘presunto’ es inocente o no lo es.

Ocurre que esa última palabra del juez es eso, la última –recursos aparte-, y por tanto es la consecuencia de un camino jurídico y mediático en el que los instructores, el periodismo de investigación y, no lo olvidemos, las filtraciones, van poniendo al día el caso. Y es ahí donde empieza a hacer aguas la presunción de inocencia porque, en según qué casos y en según qué momentos procesales, se convierte en algo vacío y sin contenido dado que cada vez es menos presumible la inocencia a la vista de las que ya se van convirtiendo en evidencias.

Se queda así la presunción de inocencia en una mera figura protocolaria que hay que respetar, que es fundamental respetar pero que puede quedarse sin contenido alguno y es entonces cuando hablar de ella supone una especie de ‘flatus vocis’ que no conduce a nada.

Si acaso lleva a que se retrase lo que es palpable para todos. Para todos, menos para los que gustan presumir de inocentes.

 
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