Una campaña pobre

La actual es, muy probablemente, la campaña más pobre desde las primeras elecciones democráticas. Pobre en contenidos, en propuestas y hasta en confrontaciones.

La causa principal es que se trata de una campaña pobre en candidatos, pero hay otras razones que pueden justificar la brillantez, más bien escasita, con la que se desarrollan comparecencias, mítines y debates.

Ni los debates son debates –mucho menos decisivos- ni los esfuerzos de los candidatos por acercarse a la gente y por explicar sus programas están teniendo éxito. Es muy posible que el porcentaje elevado de indecisos que dan las encuestas esté provocado por la pobreza general de esta campaña electoral.

Estamos ante unos candidatos inseguros que se preocupan más de ‘no decir’ para no equivocarse, que de decir aun a riesgo de meter la pata. Preocupados por su imagen –en los debates se está viendo- aparecen encorsetados dubitativos, sin atreverse a sacar todo lo que se supone que deberían exponer a los ciudadanos.

Preocupados por las encuestas aparecen encogidos y sin alma, como sin ganas o con demasiadas ganas de que la campaña acabe.

En aras de la imagen ceden demasiado –el escenario del pseudodebate peseudodecisivo, es una muestra- en cosas que les resultan poco cómodas, y tienen pavor a la pregunta de ‘con quién van a pactar’.

Tener que jugar frente a fuerzas que no son habituales, pasar de dos partidos con posibilidades a cuatro en la pelea, es otra de las causas, pero es evidente que ni los candidatos ni sus equipos han sabido resolver esa papeleta.

Por mucha indecisión que pueda haber en el electorado, es muy dudoso que, con esta pobreza general, la campaña sirva para disipar dudas.

 
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