Reacción social catalana

            Para el lector que no lo sepa, soy de Calamocha, provincia de Teruel, y viví en Barcelona 9 años por razones académicas. De esa etapa guardo muy agradables recuerdos, amistades y hasta motivos de agradecimiento por el ambiente que viví. Y sigo en contacto, viajando allí con cierta frecuencia, pues tengo  familiares que llevan allí casi 50 años, y también mantengo el contacto con antiguos compañeros de estudios.

            Pienso que conozco bien Cataluña y el modo de pensar de los catalanes, por lo que me atrevo a afirmar que, tras la suspensión del referéndum del 9-N, se impone una honda reflexión por parte de todos, catalanes y resto de españoles, catalanes partidarios del referéndum y/o independencia y catalanes que no están de acuerdo con la deriva independentista.

            No soy el único que piensa que la mayoría de los catalanes no son partidarios de la independencia, los que integran la “mayoría silenciosa”, o también podría denominarse “silenciada”. Sea cual sea la mayoría, y en un momento en que Artur Mas y Mariano Rajoy están expectantes ante las reacciones de la sociedad catalana, hay que aludir a la sociedad, porque anda mucho en juego.

            La situación actual se ha generado por un conjunto de factores, fomentados por ciertos partidos políticos y ámbitos culturales, pero también por omisiones y dejaciones importantes por parte del Gobierno central, y de la propia sociedad civil.

            Se anuncian manifestaciones independentistas el 9-N y huelgas en el mismo sentido. Era de prever tras la decisión del Tribunal Constitucional. Pero ¿qué van a hacer los no partidarios de la independencia? Es de suponer que también organicen alguna manifestación,  sin miedo y sin ánimo de provocar a nadie, pero ejerciendo su pleno derecho a expresar su opinión.

            Hay que recobrar en Cataluña el respeto a quien no piensa como los independentistas. No puede ser que algunos catalanes utilicen como insulto la palabra “español”, con ánimo también de segregarle y arrinconarle. No puede ser que quienes colocan una bandera española en el balcón se vean insultados, en su persona o incluso en la persona de sus hijos o abuelos, retirando la bandera para “vivir en paz”.

            Los catalanes no independentistas han de profundizar en la coherencia, la valentía y el pleno ejercicio de los derechos y deberes ciudadanos, sin dejar todo en manos de los políticos. Ante la imposición sistemática del catalán sin respetar la co-oficialidad con el castellano, han de denunciarla y actuar, tanto en ámbitos educativos como de la vida cotidiana. El diálogo y respeto no debe ser sinónimo de esconder sus ideas, pues ahora muchos viven acomplejados y con temor real, hasta el punto de que, si Cataluña se independizara – que no lo hará-, afirman que se marcharán a vivir fuera de Cataluña.

            Y el Gobierno central debe analizar cómo se ha llegado a esta situación, para no repetir errores y favorecer legalmente cuanto contribuya a la convivencia pacífica de Cataluña.

 
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