Los 3.400

No me he resistido a echarle un vistazo al manifiesto “Contra la crispación” que presentaron intelectuales, artistas y profesionales en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Las conclusiones que he sacado son tres y aprovecho esta tribuna para exponerlas brevemente. Son las siguientes:

1. Este país no sabe convivir. A los españoles nos queda mucho terreno por recorrer en este campo trascendental. Puede sonar un poco ofensivo, pero parecemos un pueblo de escaso sustento cultural. Se nos notan demasiado determinadas carencias, la escasez de valores como el civismo, la tolerancia o la capacidad de dialogar. Hay quien se percató de ello pero a nivel superficial y acudió a Moncloa con el talante debajo del brazo: puros fuegos artificiales. A la hora de la verdad, ni ha escuchado, ni ha evitado el sectarismo militante.

Un último apunte en esta reflexión. No es un problema exclusivo de “la clase política”, de “los periodistas” o “del mundo de los artistas”. Estos sectores –podríamos incluir algunos otros- no están conformados por seres de otro planeta: los integran fieles representantes de la sociedad en que vivimos. Una sociedad en la que, a la mínima, se llega a las manos, al insulto, a la condena al destierro para quien no piensa como uno o para quien sencillamente se equivoca.

2. El PSOE no tiene rival en la gestión de la propaganda social. Se vuelve a demostrar, por enésima vez, que la izquierda se mueve como pez en el agua en el manejo del ‘agit-prop’. Expertos en la agitación y la propaganda, eso sí, disfrazadas de neutralidad. Los Nicolás Sartorius, Ángel Gabilondo, Fernando Schwartz, Azucena Rodríguez o Rosa Regás negaron, por supuesto, cualquier intención de tipo electoral, e incidieron en que su participación era “como simples ciudadanos”, no como simpatizantes de ningún partido.

Simples ciudadanos como Pilar Bardem, Pedro Guerra y compañía, que se han implicado en los vídeos de publicidad electoral preparados por Izquierda Unida para un municipio de Madrid. Meros ciudadanos como los directores de cine que dieron vida a ‘Hay motivo’, aquella productora de cortometrajes contra la política de José María Aznar. Ciudadanos comunes como los que el 13-M –en plena jornada de reflexión- movilizaron a los españoles, a través de mensajes SMS, para que protestaran ante las sedes del PP. Ciudadanos de toda la vida como los que durante varios años impregnaron de mensajes partidistas las ceremonias de entrega de los Premios Goya. 

3. La izquierda está defendiendo otra dictadura. Si parte de la derecha ha decidido echarse al monte (en propuestas y actitudes), una mitad significativa de la izquierda –precisamente esa a la que se le llena la boca denunciando los tantísimos excesos del franquismo- está adoptando posiciones dictatoriales. Se proclama la vigencia del pensamiento único. No se tolera la objeción de conciencia: todos deben pasar por el aro de nuestra forma de entender el mundo. Vean algunos ejemplos en las tesis contenidas en el manifiesto presentado el otro día:

-- Mostrar disconformidad con algunas políticas del presidente es negarle su legitimidad.

-- Disentir (así, en general) es crispar, mentir, manipular.

-- Utilizar una bandera o un himno en una manifestación es apropiarse de ellos.

 

-- “Nadie puede negar que la Economía marcha razonablemente bien, que se han producido avances nada desdeñables en derechos sociales y civiles”. Así, nadie.

-- Y más: hay que “defender” esos avances civiles y sociales “frente a los que pretenden hacernos retroceder en el tiempo”. El pasado como mal moral en sí mismo considerado, nuevo dogma de los popes progresistas.

-- “En democracia no se puede pretender torcer la voluntad ciudadana ni con soflamas ni con manifestaciones, y menos con confusas actitudes ‘caudillistas’”.

Ahí es nada. Proclamas como estas demuestran, insisto, que a este país le falta un hervor. A los 3.400 firmantes del otro día, también.

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