Bisbal de cera, nosotros de piedra

No están Los Nikis a pesar de haber dedicado una canción al Museo (“Sangre en el Museo de Cera”). No lucen ni David Summers, ni los Hombres G aunque están considerados los Beatles españoles por ser pioneros en despertar el fenómeno fan masivo en España. Tampoco está Manolo García, ni Mecano, ni tantos otros. Pero a partir de febrero de 2005 estará Bisbal. Sonriente, jovial, triunfante, como siempre. Junto a Montserrat Caballé, Raphael, Elvis, Manolo Escobar o Julio Iglesias. Uno no es capaz de imaginar a la Caballé o a Elvis saliendo de una academia de música comercial como Operación Triunfo. Elvis no tendría paciencia para aguantar a Nina —la profe guay de OT- y el estilo de la Caballé no daría la talla para liderar un programa de televisión de tanta audiencia. La llegada de la figura de Ricky Martín a la exposición ya supuso una ofensa a la historia reciente de la música española. Pero la triunfante escultura de Bisbal en uno de los pocos museos que conceden un rincón dedicado a la memoria de la música popular significa la traición definitiva. Y vendrán los turistas extranjeros a visitar el museo. Ellos contemplarán a Manolo Escobar y a Julio Iglesias y admirarán la figura de David Bisbal. Volverán a sus hogares y contarán a sus familias que la cultura musical española es la misma que la de América Latina. Que estamos a medio camino entre el son cubano y los gorgoritos de Ricky Martín. Eso sí, adoramos a los Beatles, a Elvis y a Michael Jackson. Como todos. España tiene una evolución musical irregular desde los 60. La música popular tomó la palabra y casi todos coinciden en asegurar que a partir de los 80 brilló con luz propia aún recibiendo las influencias de las principales corrientes del rock y el pop internacional. Los 90 son tiempos de inestable transición y de agotamiento y crisis de determinadas fórmulas musicales. Lo que llevamos de siglo XXI, por el momento, nos muestra una profunda crisis en el mercado discográfico y un tremendo auge de las capacidades creativas de artistas minoritarios. Crisis que se debe a la piratería pero también a la invasión del fenómeno OT y productos similares. A raíz de OT la creación artística por la que apuestan las grandes discográficas se dirige exclusivamente al éxito. Los viejos roqueros del país nos advierten que es necesario frenar este insano consumismo de música artificial, porque de esta manera estamos asfixiando lentamente la creación artística. Ésta es la verdadera crisis musical. Asistimos hoy a un regreso a la época musical de los 80. Mirar atrás y volver a vibrar con Jaime Urrutia o con Los Secretos nos ayuda a comprender que no somos eso que Los 40 Principales y TVE pretende hacernos creer. No somos Bisbal, ni castañuelas, ni hip-hop. O al menos, no sólo somos eso. Bisbal podrá figurar -sobre todo, como fenómeno de masas- en el Museo de Cera sólo después de que luzcan los Hombres G, Burning, Los Brincos, Mocedades y un largo etcétera. El ‘triunfito’ en un ejercicio de humildad y responsabilidad podría haberse negado a que su figura esté en el Museo por respeto a la historia reciente de la música española. A pesar de ser un hombre afortunado, a Bisbal le ha tocado representar la triste y prolongada crisis de la industria musical que estamos viviendo. Por este motivo y valorando lo tétrico de la situación, propongo a los responsables del Museo de Cera de Madrid darle un sentido didáctico a la representación de ‘ricitos de oro’ y ubicar su escultura en la Sala del Terror junto a Freddy Krueger y Frankenstein. De esta manera, los visitantes del museo, entenderán mejor que el éxito exagerado de Bisbal contrasta con el fracaso y el olvido de muchos grandes músicos españoles de nuestros días. Y la verdad es que la imagen de Bisbal compartiendo Museo con Cervantes pone los pelos de punta.

 
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