La Chesterton no era moldeable

Ha fallecido Chesterton. Me refiero a la revista. Ayer lo avanzaba este confidencial: falta de anunciantes. Ha muerto la última gran aventura del periodismo impreso. La esquela de la revista Chesterton, que sin duda publicará La Gallina Ilustrada en algún lugar de la nada, es algo más que un recuadro en su memoria. Significa el adiós a la ilusión de un grupo de burros, ignorantes y torpes. Porque si los futbolistas y los actores son “intelectuales”, éstos que yo leía en la Chesterton tienen que ser, por lo menos, una panda de borricos. Si hemos perdido el dominio de la palabra y hemos desvirtuado las etiquetas, al menos, obremos en consecuencia: los burros son el futuro. Estos adorables burros de la Chesterton lograron ilusionarme de nuevo con una publicación impresa durante los trece números que duró la aventura. He guardado y conservo cuidadosamente cada número. Como si fueran un libro, porque son un libro. La actualidad vuela, pero las ideas permanecen. Por eso una buena revista de ideas es, en realidad, un buen libro.

El elenco de colaboradores que firmaba en Chesterton era equilibrado. Se mezclaban grandes nombres del pensamiento con otros menos conocidos que los lectores hemos ido descubriendo. Cada mes no faltaban a la cita los artículos del director, José Antonio Fúster, y su irónica y simpática “correspondencia con los lectores”. Páginas después asomaba un reportaje central, literario y original, de ficción y realidad, que nos retorcía la razón mezclando a 007 con las locuras del presidente iraní, lanzando a Gulliver a Catalonia, poniendo a Sherlock Holmes a investigar el 11-M o enviando a Don Mendo, nada más y nada menos, a La Moncloa. David Gistau, Carlos Serrano, Ricardo de la Cierva, César Vidal, Kiko Méndez-Monasterio, Emilio Campmany, Pío Moa, Ignacio Peyró, Sara Dago, Álex Rosal y un amplio etcétera. No todos los meses estaban todos, pero estaban ahí todos los meses. Unos u otros, y escribiendo de forma muy diferente a como lo hacen en otros medios. Cualquiera puede imaginar, viendo a algunos de sus colaboradores, cuál era la tendencia ideológica dominante en la Chesterton. Y sin embargo, sus páginas respiraban libertad antes que adoctrinamiento, debate antes que imposición, dudas fecundas antes que afirmaciones secas, y autocrítica antes que autoalabanza. Era una revista diferente e independiente. Gran provocación eso de la independencia.

Algunas de sus secciones tenían la virtud de hacer sencillo lo más complicado. Es el caso del artículo mensual de Alicia Álvarez Baratas, que con una prosa brillante y un estilo pedagógico destripó cada mes los enigmas políticos y sociales de los Estados Unidos. Es el caso también de Isis Barajas, que analizó algunos de los puntos más complejos de la religión cristiana en reportajes que podría entender hasta un niño. Es el caso de Ana Samboal, que consiguió que nos interesásemos por los mercados incluso aquellos a los que nos aburren tremendamente las corrientes caprichosas que mueven la economía mundial. Y es el caso de Carmen Thous Tuset, que se encargó de una de las secciones de protocolo más útiles y amenas de cuantas se han incluido en revistas impresas en los últimos tiempos.

Destacaba más el conjunto que las individualidades. Me extendería inútilmente si me empeñara en mencionar a todos los colaboradores, pero la gran mayoría se lo merecería. Desde quienes nos han hecho reflexionar con la sección de educación, hasta quienes nos han acercado a libros interesantes en el suplemento Don Miguel. Desde las imprescindibles traducciones de los mejores artículos de G. K. Chesterton, hasta La Gallina Ilustrada que nos ha hecho llorar –de risa-, el periódico mensual que más veces ha anunciado en falso su inminente carácter semanal.

Pero los anunciantes han dicho “no”. Seguramente habrán calculado quien cortará el bacalao en los próximos cuatro años. Y la presunta derecha mediática, que dice ser tan plural y tan poco sectaria, ya había dicho que “no” hace varios meses, haciendo lo posible por ignorar a la Chesterton, como hacen con otros medios libres e independientes de los que desconfían. La derecha distingue tres tipos de medios de comunicación: los malos, los buenos y moldeables, y los buenos y no moldeables. Los medios no moldeables dan tanto miedo a la derecha como a la izquierda. La revista que dirigía José Antonio Fúster no era moldeable. Sus colaboradores tampoco. Era libertad sobre libertad.

No me sorprende su desaparición. Era un sueño su supervivencia en la España del siglo XXI. No olvidemos que se llamaba “la revista del sentido común”. ¿Qué nos llevó a pensar que la revista “del sentido común” podría triunfar en este país? De donde no hay no se puede sacar. Ni mucho menos vender.

Pueden estar felices y satisfechos todos los que han hecho posibles los trece números de la revista Chesterton. Gilberto estará orgulloso.

 
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