Iriondo el breve

‘Gurbitz’ era de los terroristas más duros que se recuerdan. Los expertos destacan de él su sangre fría y su facilidad para acabar con vidas sin que le tiemble el pulso. Pero Iriondo no pasará a la historia por ser el terrorista más sanguinario. Si alguna vez los libros hablan de él, lo harán como el etarra que menos tiempo ostentó la jefatura de la banda.

La generación de la que formaban parte ‘Gurbitz’ y ‘Txeroki’ refleja que las bases vienen pegando fuerte. Por lo visto, quieren luchar por ver una Euskadi libre e independiente. Y no se les ocurre mejor idea que empuñar pistolas y fabricar bombas. Su único destino no será otro que el de sus predecesores: la cárcel.

No creo, ni mucho menos, que la banda esté cerca de su desaparición, como algunos piensan. Mientras los terroristas cuenten con apoyo social, ETA seguirá existiendo y asesinando. Los golpes policiales del último año son el resultado de dos factores que han coincidido en el tiempo, y que han asestado a la banda duros golpes. Pero no letales.

Por un lado, estos terroristas de última generación han sufrido importantes lagunas de responsabilidad: no han sabido aplicar las medidas de seguridad necesarias y han terminado detenidos.

Por otro lado, la eficacia de la policía francesa y española de los últimos años ha provocado importantes operaciones y han acabado con la puesta a disposición judicial de los terroristas más peligrosos. Un dato lo evidencia: desde la detención de ‘Mikel Antza’ en 2004 han caído una decena de jefes de ETA.

Es incierto que el futuro que le espera a la ETA rejuvenecida. La banda necesita ‘cantera’. Pero no a cualquier precio. Los ‘pesos pesados’ de la cúpula etarra no se fían de los Iriondo o ‘Txerokis’, que comprometen la seguridad de la organización con sus temeridades.

Pero, como en cualquier otro ámbito de la vida, también hace falta una base sólida capaz de provocar el ‘autoconvencimiento’ terrorista. Es decir, multitudes que den moral a los que empuñan las armas.

Tengo el convencimiento de que éste es el principal terreno en el que se le debe hacer daño a la banda: en la moral. La vía en la que confiamos muchos demócratas, la de la presión policial, es la única forma de provocar las dudas entre los terroristas. Y si saltan las dudas, aparece la desconfianza. Éste es el camino para que los españoles podamos un día vivir en paz y no el que propone Arzalluz, el de aguantar.

No, Xabier. Te equivocas. No tenemos que aguantar. Bastante hemos soportado ya como para permitir que los pistoleros se salgan con la suya. Y, por supuesto, que hacen falta los policías y guardias civiles de Rubalcaba, los ertzainas de Balza y los gendarmes de Alliot-Marie. Es casi un deber de estado. Aunque sólo sea por restituir el honor de las mil familias rotas por la barbarie etarra. Y ver cómo los asesinos acaban en la cárcel.

 
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