Moralistas crueles

Decía Schopenhauer que el derecho servía para disuadir de las acciones del dominio del cuerpo de los otros. Tras el canibalismo, esencia de lo antijurídico, lo más grave es el asesinato, daño irreversible, dominio completo sobre el otro.

Frente a este realismo pesimista, que elimina la moralidad del Estado, esa locura hegeliana, nuestros gobernantes, nuestros jueces, nuestros fiscales, nuestra sociedad en suma se ha vuelto moralista.  Quieren que el derecho regenere al criminal y para ello han inventado unas penas de la señorita pepis que permiten un añito por muerto. Les ayuda en su propósito el hecho que España parece haber olvidado la venganza y ha enterrado a las terribles erinnis o más precisamente ha cerrado la boca de su cueva.

Todo el discurso de la justicia en España se convierte en pura falsificación. El interés del poder, de cada poder en cada momento, prevalece sobre las consideraciones sociales, sobre las explicaciones de la justicia. El sujeto que dice ahora que los católicos sólo entienden del palo aceptó convertirse en domesticador de víctimas que son presentadas como el obstáculo para “la paz”.

Si se cometieron crímenes en nombre de la libertad hoy se extrema la inmoralidad en nombre del moralismo. Con la paz como supuesto fin se premia el crimen. Si alientas al homicida, militas en sus filas y unos años después, por táctica, hablas de cese de la violencia te conviertes en hombre de paz, ZP dixit. Si arrastras la toga, cambias la doctrina, liberas al criminal, pasas a la condición de sujeto ético.

La superioridad moral de la izquierda consiste exclusivamente en eso: en su habilidad para convertir en moral lo conveniente, lo más rastrero y conveniente.    

 
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