Noches del Viejo León

En El Viejo León nos viene toda la dulzura de la dulce Francia, el París que imita a la provincia, ese género de películas francesas que no hemos visto donde las mujeres llevaban cuello vuelto, los hombres tenían aire grave y alguien, en la mesa de al lado, se encendía con misterio otro ‘Gitanes’..

Incluso en las tristezas del existencialismo, el bistró encarnaba una idea convivial de la alegría de vivir y no faltaba el buen tartar, el mortero de mostaza, el mantel de cuadros y la consistencia grasa del confit de pato. El Viejo León fue el Jockey de los pobres aunque no se puede decir que sea barato y también fue el restaurante de los espías, acomodados a comer en mesa camilla, atentos a las conversaciones del vecino. Es una postal de París aunque en París pronto no quedarán conservatorios de este rango, supervivencias de una gastronomía de otro tiempo que ya se mercadea como caricatura. En Valencia hace pendant Chez Lyon: hay cada vez más grandes restaurantes pero uno se conformaría con que no cierren los restaurantes agradables.

Alguien debería prohibir las comidas de negocios en El Viejo León y cederlo a perpetuidad para las extravagancias del romanticismo y el momento de sazón de la amistad. Hay ahí una ambientación de luces tibias, la barra ideal para la espera mientras suena el descorche de una botella de champán, un camarero que tiene –por lo menos- la edad de Nôtre Dame. Puede empezarse con unos escargots, seguir con una receta de anticuario: chateaubriand en salsa de oporto, flambeado al whisky. Por si acaso, un extra de patatas parmentier. Una mano experta flambea en la sala las crêpes Suzette y volvemos por un momento a la estación de gloria de la cocina a la vista –la cocina de maître d’hôtel.. A esas alturas, ya se pasa por alto que suene Bryan Ferry o Aznavour porque al salir no estaremos en Eduardo Dato sino en una bocacalle que da al Sena.

Sólo en las noches de El Viejo León puede suceder que llegues a enseñárselo a tu nueva novia y que tu antigua novia se lo enseñe a la vez a su nuevo novio –y que esta escena de teatro se resuelva sin drama. Ahí dan ganas de empezar a quererse o de firmar las cláusulas de un desamor, después de un brindis. Desde siempre, para estas cosas la buena cocina ayuda mucho.

 
Comentarios