El País con tilde

Nuestro conspicuo rotativo ex filo/para/progubernamental –relevado en su función sostenedora sin condiciones por el desinhibido Público, del que mi amigo Javier dice con sorna que vale medio euro menos que un periódico, pero medio euro más que un gratuito– tiene anunciado un cambio de diseño para el día 21 de octubre. Entre otras novedades, variará el subtítulo que lo acompaña desde su fundación, «diario independiente de la mañana», que en el curso de tres décadas tanto juego ha dado para los ironistas, por «el periódico global en español», con incursión en desagradable cacofonía de agudas, pero allá ellos y su prosodia. También introducirá la tilde preceptiva en el nombre de la cabecera, detalle que, según confiesa, agrada especialmente al académico geminado con Anson, Juan Luis Cebrián.

Es muy loable que El País empiece a ejercer la vocación expresada en el subtítulo desde la propia norma ortográfica. Resultaba un fastidio tener que aclararle al confuso estudiante de nuestro idioma que el equivalente a Le Monde y a The New York Times en español, el supuesto modelo ético y por ende lingüístico de nuestro periodismo escrito, no era tan ejemplar ni en lo primero –que esa es cuestión aparte– ni en lo segundo. Al respecto es necesario recordar que las mayúsculas se acentúan siempre, pese a lo que muchos hablantes piensan. Gregorio Salvador, en un texto que recoge su libro Noticias del reino de Cervantes, desentraña el origen de esta confusión tan extendida. La Real Academia nunca ha dado licencia para no acentuar. Lo que ocurre es que las entradas de la primera edición de su diccionario se publicaron en mayúsculas, y el impresor, Francisco del Hierro, disponía sólo de versales sin tilde. Desde entonces, una mera carencia técnica se ha perpetuado interesadamente por parte de algunos cajistas como norma espuria que llega hasta hoy.

En todo caso, no es que los fundadores de El País desconocieran la prescripción ortográfica de su encabezamiento. Parece ser que, antes de ponerse a la venta el periódico, hubo arduas discusiones en torno al asunto, y acabó prevaleciendo la peregrina idea de que, en realidad, la cabecera tiene un significado icónico no literal, que es una especie de grafismo independiente de la norma lingüística. No hace falta dedicarse a la semiología para descubrir la mentecatez implícita en el argumento: para grafismos, que hubieran nominado el diario con un símbolo impronunciable, como el que eligió Prince antes de volver a llamarse Prince, y no con una secuencia fonemática tan parecida a la del lenguaje verbal. Sea como fuere, demos la bienvenida a la transmutación de categoría, treinta y un años después, y a la tilde que lleva aparejada.

 
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