Periodismo paleto

Hay colegas (que afortunadamente no son todos) que a diario se confiesan sin rubor en la pantalla y en la antena de «Tele-Aguirre» de ser merengones del Madrí florentino más incluso que Bernabéu, y admiradores de Mariespe más que la Honorary Dame Commander of the Order of the British Empire fan de sí misma. Y los hay también que se jactan de ejercer la profesión en la república independiente del Barça, ese oasis de la prensa del “Movimiento Nacional” de Cataluña que glosa con pesadumbre Cayetano González.  

Para cumplir con el decálogo de tópicos que se dan por supuestos entre la fauna del Día Mundial del Orgullo Rural Audiovisual, no hace falta llevar pantalones pesqueros sujetos con una soga de cáñamo a la altura de los sobacos, calzar alpargatas de esparto, llevar enfundada una boina o una barretina tal cual si fuese un condón, y juguetear con un palillo entre los dientes sarrosos. Basta ser periodista militante de club y partido.  

Ambicionábamos la aldea global, y camino llevamos de acabar todos retratados en la crónica provinciana de una banalidad, pues está por ver que se atreva a salir a la plaza pública algún reyezuelo autonómico para explicar al vecindario cuál es el valor añadido que aportan a los contribuyentes doce entes de radio y televisión que retozan en el jergón a rayas de la FORTA (Federación de organismos de radio y televisión autonómicos). Doy por hecho que no acabaría el pregón. 

¡Maldita sea la hora! en la que «La Tele del Tripartit» (la misma en la que han tenido programa propio tanto el ex presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, como el delfín pujolista Arthur Mas) trazó el camino de electrones que después seguirían las demás «academias de idiomas y adoctrinamiento» (“cualidad” primera que circunscribo a las nacionalistas y la segunda a todas), empezando por la ex peneuvista Euskal Telebista, la Telegaita gallega (TVG), y los terceros canales autonómicos de la “distribución administrativa” madrileña (Laporta), de la Andalucía subsidiada, de Valencia, de Canarias y de la Castilla La Mancha que sobrevivió a Bono.  

¡Cuánto dispendio radiotelevisivo! para simple lucimiento de unos políticos con alma de vedette, tan necesitados de glamur que debieran haber probado como coristas de cabaret en el Moulin Rouge de Toulouse-Lautrec o, ya puestos a imaginar, como chicas de alterne. 

El tiempo y los hechos están demostrando que las «televisiones públicas federalistas», tal y como han sido concebidas (como la «voz de su amo»), en la inmensidad de los casos sólo sirven para alentar el costumbrismo paletoide; para promover la cultura del «chump» (versión anglófona del «panoli» hispano) a través de una subcultura de coros y danzas; para engullir alegremente el dinero de los administrados en saraos autocomplacientes; y para colocar a eficaces «mayordomos de la comunicación» como responsables del departamento de Propaganda. 

Entrados como estamos en aconteceres navideños, me echo a temblar ante la posibilidad de que vuelva a suceder lo que acaeció en el programa especial Nochevieja 2005-2006 de Canal Sur, osease, en «Chaves Televisión», cuando el presidente (hoy ministro vicepresidente)dio el campanillazo con su aparición estelar. Claro que don Manuel no contaba con la competencia que supuso la aparición estelar de la macizota Anne Igartiburu en La Primera marcando tanga, junto a un Ramón García que para mí que en lugar de en pijama duerme, como Nosferatu, enfundado en su famosa capa de forro rojo.  

Por esto, que a fin de cuentas es una frivolidad, y por otras muchas cosas mucho más graves (como la propensión a estar siempre en posesión de la verdad infalible, a retozar con la clase política y a arrogarse las funciones de inquisidor), me pregunto, aturdido, como Javier Fumero, qué nos pasa a los periodistas. 

 
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