En burro

Lo correcto sería ir andando a todas partes. Pero como no parece viable recorrer de este modo la distancia entre Madrid y Valencia y llegar después a tiempo a una reunión de última hora en Santander, normalmente nos desplazamos en algún tipo de transporte motorizado, por tierra, mar o aire. El automóvil es la opción más recurrente. Ahora la DGT se ha propuesto eliminarlo de nuestras carreteras y no me parece una mala idea. Particularmente, estaría encantado si todo el mundo dejara su coche en casa. De hecho, le invito a hacerlo desde mañana mismo. Así por fin podría llegar a tiempo alguna vez a algún sitio.

El coche se inventó en Madrid para no pasar frío en los atascos. Pero de pronto todo el mundo quiso uno, como ocurre frecuentemente, y el Gobierno se vio en la obligación de perseguir a los conductores. Primero, con impuestos, más tarde con más impuestos, y finalmente, con el incremento de las prohibiciones y sus correspondientes multas. Varias décadas después, podemos afirmar que la única cosa que puede hacerse libremente al volante de un coche es encender un cigarrillo. Y eso, siempre y cuando se encuentre usted en el Océano Atlántico, a más de doscientos metros de profundidad, y con las ventanillas cerradas.

La Dirección General de Tráfico de Pere Navarro va a limitar la velocidad a 30 kilómetros por hora en las calles de un carril único o de un solo carril en cada sentido. La buena noticia es que, de momento, la prohibición no incluye las autovías. En cambio, en las ciudades ahora el tráfico irá a la misma velocidad que la economía. A 30 kilómetros por hora es imposible recorrer una distancia de más de veinte metros sin perder la paciencia y desistir. Así que, en el fondo, la medida es una invitación sutil a los conductores, para que pasen a desplazarse andando, o consideren seriamente cualquier otra opción de transporte que no sea el automóvil. Yo, después de meditarlo, me inclino por el burro.

Ya he decidido que voy a vender mi coche y comprarme uno de estos animales. Le invito a que haga lo mismo. ¿Qué más da? El coche cuesta un dineral en combustible, hace ruido, y contamina. Desplazándose en burro evitará parcialmente las tres cosas. El burro sólo consume alfalfa. Desconozco el precio de la alfalfa, pero estoy seguro de que no es mayor que el total de la gasolina, los peajes, las tasas municipales, el taller de chapa, el seguro, y las multas de tráfico. En cuento al ruido, el burro sólo lo hace cuando entra en el Congreso de los Diputados y ocupa su escaño y, si es usted aplicado en el manejo del ronzal, creo que podrá negarle ese privilegio. Y, por último, el burro sólo contamina cuando depone y, ya que va a cambiar su coche por un burro, supongo que podrá tomarse la molestia de comprarse uno que no deponga.

En adelante, todo serán ventajas. Piense que podrá aparcar el burro donde le de la gana, adelantar a otros borricos en cualquier sitio, e incluso tirarles del rabo si eso le divierte. Descubrirá sin riesgo el verdadero placer de la doble fila. A cambio, puede que tarde un poco más en llegar a su destino, pero así comprobará cómo se siente la gente que no puede pagar una línea ADSL. Con su burro usted podrá cumplir el sueño imposible de todos los que tienen un todoterreno: subirlo hasta el salón de casa, pasarle trapitos de cera, cenar con él viendo el partido del sábado, y llevárselo después de copas tranquilamente. Recuerde que los de Sanidad consideran un delito fumar en los bares, pero lo de los animales jugueteando por las barras de las cafeterías les parece estupendo. Y ya no tendrá que preocuparse lo más mínimo por pimplarse unas cervecitas antes de echarse a la carretera. Tanto usted como su animal podrán beber lo que les plazca y viajar felizmente. Al fin y al cabo, hace años que las carreteras están llenas de burros borrachos y, como todo el mundo sabe, a estos nunca los multan.

 
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