Nos importa demasiado lo ajeno

He leído esta semana que han detenido a Paris Hilton por conducir haciendo extrañas eses con su Mercedes, acompañada por la hija de Rod Stewart. Me matiza un amigo que poco después fue liberada. También he comprobado con terror que algún loco ha subido ya a más de 100 dólares la subasta de Ebay para hacerse con un sándwich mordido por Britney Spears. La pieza, tal vez eso lo explique todo, va acompañada por una salchicha mordisqueada por su marido. Sin duda, un pack de lujo. El redactor de un diario latinoamericano, con muy poco tino o muy buen humor, titulaba así su información: “Subastan resto de sándwich de Britney Spears y salchicha de su marido”. Desconozco si ha sido objeto de un ascenso.   Me he enterado por la prensa de que Michael Jackson tendrá que pagar 60.000 dólares a su ex esposa, para afrontar el pago de lo que Deborah Rowe ha tenido que gastarse en abogados, en los juicios por la custodia de sus hijos. Y poco después he ojeado en varios medios un titular que, sin duda, habrá calmado la ansiedad que mantenía con el corazón a mil revoluciones a un alto porcentaje de las adolescentes del país: Bisbal descarta posibles planes de boda.   Me ha sorprendido la cantidad de tiempo que han perdido nuestros medios de comunicación en analizar algo tan sencillo como el ya tristemente conocido como el “Caso Rubianes”. Que un señor –es un decir- que insulta grave, pública y libremente a un país vea su obra rechazada -también libremente- por las autoridades de la capital de ese país me parece lo más normal del mundo. A lo mejor Rubianes pensaba que el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid le iban a otorgar un galardón por su inteligente aportación a la medicina, que como saben consiste en proponer operaciones rectales a gran escala como solución a la política territorial. Algo tan sencillo de contar y de analizar ha dado para ríos y ríos de tinta y horas y horas de absurda televisión.   Los medios se empeñan en llenar páginas y páginas con supuestas noticias que, en el fondo, no interesan a nadie. Que la Spears conduzca o no borracha al otro lado del charco no tiene ningún interés para un transeúnte de la Castellana. Si tal vez la “reina del pop” –añadan tantas comillas como les dicte su conciencia- condujese su Mercedes por Madrid o por Valencia en lugar de por Los Ángeles, la cuestión sería diferente y vería lógico que los medios nacionales recogiesen la información, pues podría tratarse de un peligro cercano.   Pero es que, aunque algo me obliga a denunciarlo de vez en cuando, no creo que la situación tenga solución. Estamos condenados a enterarnos de mucho más de lo que querríamos saber. Me temo que alguno de los que están pujando dólares y dólares por un trozo de salchicha babada por el marido de Britney Spears estarían deseosos de que su estrella etílica les atropellase levemente en un paso de cebra. Aunque sólo sea para contarlo a las visitas.   Hay que distinguir, en este mundo de las chorradas informativas, dos tipos de protagonista. Aquel que se muere por salir fotografiado en la portada de cualquier revista rosa, ejerciendo de nuevo rico en Ibiza y aquel al que la fama le ha condenado involuntariamente a tener un recinto de vida privada muy limitado. Cuando pienso en el segundo me avergüenzo de que podamos ser tan buitres, pero cuando pienso en el primero, siempre deseo que lo pillen en esa foto que jamás vendería, porque en el fondo se lo merece.   Y aunque sabemos que, a veces, en medio de todo el fango nacen flores, en las secciones de “lo más visitado” de los diarios digitales siempre aparecen las salchichas de la Spears, los divorcios de su prima y la gripe de su gato entre los primeros puestos. Lo cual me hace pensar que el problema, quizá, no está en el que escribe la noticia, sino en nosotros, miserables, que las leemos con entusiasmo. Aunque unos más que otros.   Tal vez esa preocupación extrema por los pormenores de la vida de los famosos no sea más que una extrapolación de lo que es nuestra realidad más próxima. Cuando dejamos a la portera con la boca abierta al confesarle que nos hemos enterado de que al del quinto le han subido el sueldo o cuando nos preguntamos qué hace nuestro amigo Paco, que es más feo que pegarle a un padre, saliendo con semejante belleza caribeña. A nivel de barrio, sí, pero es nuestra vida rosa al fin.   Y la clave es que, teniendo tan altas las cotas de frivolidad, nos importa demasiado lo ajeno sólo porque queremos medir nuestra cuidada imagen con la suya. Nos encanta esparcir la miseria del vecino, para que nadie se fije en la nuestra. Y nos llenamos de gozo al encontrar tomates en la vida de los poderosos por simple venganza por lo injusta que es la vida. Ahora disfrácenlo como más les guste. De rosa, de verde o de amarillo.

 
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