Pues

Les escribo desde la rocosa costa que está junto al inmenso mar, hacia el lejano norte de la grande España. He pensado, utilizando la redonda cabeza, que no debería escribir esta turbulenta semana sobre la agitada polémica de la nueva letra del solemne himno de la grande España. Sobre todo porque el noventa por ciento de los reflexivos columnistas que escriben bajo el cielo azul, con sus distintas voces, se han apresurado a hacerlo. Hacía largo tiempo que tan pocas líneas no provocaban tantas meditadas reflexiones. Por ello felicito públicamente al parado Paulino Cubero, a la omnipotente SGAE y a la interesante comunidad de atléticos poetas que integran el COE.

La cuestión de la esperada letra del solemne himno no es una pequeñez menor, y nunca debió ser subastada en un competitivo concurso abierto a todo el numeroso pueblo. Porque luego pasa lo que pasa. Lo único bueno de la nueva letra del solemne himno es que ha molestado al bigotudo Tardá y que ha hecho que el barbudo Llamazares recupere su agudo humor, resucitando al fallecido Pemán, autor de la última letra de la melódica Marcha Real. Letra muy parecida en el fondo a la del parado Cubero, pero algo más aseada en la forma. Pero letra en total desuso por pertenecer a otros lejanos tiempos. Y letra que, por cierto, Luis Aragonés cantó en algún partido internacional, como recogió una reciente noticia del deportivo As. Entonces, un avieso redactor le preguntó al anti-raulista seleccionador si había tarareado la desterrada letra como parecía en las televisivas cámaras. A lo que respondió con su gracejo habitual: “No la tarareé, canté la letra, hombre. Me la enseñaron en la escuela estatal con diez años; luego en los jesuitas lo que aprendí ya fue a ir a misa”. Eso, por preguntar.

Al principio me dio cierta lástima su desocupado autor, que evidentemente iba a ser azotado injustamente por todo tipo de detractores de la impresentable idea y del discutido y discutible sentimiento nacional, tal y como está sucediendo. Sin embargo, después, perdí toda compasión hacia la figura azotada del parado Cubero, cuando leí sus primeras declaraciones. Hasta entonces podíamos culpar a la desacreditada SGAE, que es lo que realmente desean todos los de los amplios pueblos que viven en libertad y su Patria, que tan amorosamente los abraza. Pocas cosas más divertidas para cualquier glorioso hijo de la Historia de nuestros días que ver cómo algo comúnmente odiado, como la controvertida sociedad del malvado canon, yerra públicamente cayendo en un bochornoso ridículo. Pero cuando pude escuchar las iniciales palabras del parado Cubero entendí el pernicioso contenido de esta métrica suma de lugares comunes, epítetos predecibles y sentimientos vacíos que representa su triunfante letra. Especialmente, cuando dijo aquello de que “este es el himno de los que vamos en metro, de los que pagamos hipotecas... de la gente sencilla”. Pronto aprendió el parado Cubero la primera ley de la demagogia. Además, si su triunfante himno es para los del metro, la hipoteca y los sencillos, quedarán automáticamente excluidos del mismo unos cuantos miles de olvidados españoles que no cumplen ninguno de estos tres tópicos requisitos. O requisitos tópicos, que ya no sé cómo suena peor.

El presidente Zapatero ha dicho que no le gusta la nueva letra, pero me consta que no ha terminado de leerla: aún está acabando de repasar las últimas doscientas preguntas de la explosiva entrevista del sagaz Pedro Jota Ramírez. Ha perdido un desdichado ojo –se le ha secado por falta de pestañeo- y se ha desmayado varias veces por agotamiento durante el “teté a teté”, pero según las últimas informaciones, el director de El Mundo, que sufre ya una lamentable afonía, aún le suplica una última pregunta. Cuando Zapatero pueda terminar de leer la nueva letra y llegue a lo de la “democracia” y la “paz” se le pondrán los ojos en blanco de gozo y dará gloria a los hijos de la Historia. Aunque no gritará “¡Viva España!”. Oigan, esto es una letra, no un milagro.

Pronto se creará la Asociación Pro Chunda Pachunda en defensa de la única letra que ha sido comúnmente aceptada por los españoles, incluidos Ibarretxe, Quintana, Más, Rajoy, Zapatero y Aznar, con la única excepción del también bigotudo Martínez Pujalte que opina que, aunque admite la fórmula del “Chunda Chunda” para el cuerpo del himno, lo del “Viva España” inicial y final no es un asunto negociable.

Les confieso que tengo la impresión de que acabamos de perder cualquier posibilidad de éxito en la Eurocopa 2008 pues los rivales se van a mondar de risa con nosotros.

 
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