El titubeo táctico de Rubalcaba

La oratoria del candidato socialista a la presidencia del Gobierno es comúnmente estimada. En esa arma depositan la confianza sus partidarios para que el desastre quede en contratiempo, y por ella temen sus detractores que la victoria popular no llegue a apoteosis. En el despiece de recursos verbales y gestuales que este político muestra para la persuasión hay correcto fraseo, frecuente parpadeo, moderado braceo, comedido manoteo. Da la impresión de hombre normal tirando a despierto, de señor gris y conmutable pero en cualquier caso eficaz, que lo mismo te atendería con diligencia en una oficina de la Agencia Tributaria, te recibiría cortésmente en su despacho de la facultad para resolver una duda bibliográfica, te enjugaría las penas como camarero solícito de una boîte algo decadente, o te presidiría, circunspecto, el consejo de ministros.

En el despliegue de elementos retóricos del candidato hay uno sutil que hasta hace no muchos telediarios me había pasado desapercibido. Ahora, aparte del fraseo, el parpadeo, el braceo y el manoteo, me llama también la atención algo así como un leve titubeo. No es tartamudez ni mucho menos, no es que se trastabille. Es una especie de ligerísima vacilación fonética que aparece solo en algunas palabras, no siempre las mismas; una reduplicación tan nimia y ocasional que podríamos no reparar en ella, o reparar en ella pero no darle ninguna importancia. Sin embargo…

Tras el análisis de algunos vídeos con intervenciones públicas de nuestro hombre, he llegado a una conclusión quizá disparatada, temeraria, pero que en todo caso dejo aquí expuesta. Ese titubeo del candidato no suele ser aleatorio. No se produce en un momento cualquiera de su locución. Tiende a aparecer en determinadas condiciones pragmáticas, de contexto situacional, cuando por algún motivo se siente más o menos incómodo, sea en respuesta a alguien que lo ha interpelado, sea porque en su discurso está tragando un sapo que preferiría haber dejado en la charca. Esta es la hipótesis.

Para ilustrarla, invito al lector a que revise tres vídeos. Primero, la rueda de prensa que ofreció tras el anuncio de un adelanto de las elecciones. Se preguntaba retóricamente: «¿Qué es lo que me propongo ha-hacer de aquí a la campaña electoral?». Segundo, el del famoso «señor Rubalcaba». Al requerimiento de información por parte de un redactor de la COPE sobre el caso Faisán, contestó: «Y-ya hice ayer unas valoraciones sobre este tema». Tercero, su discurso en la reciente conferencia política del partido, donde anunció una medida no demasiado popular: «Por tanto, v-vamos a subir el precio del alcohol y del tabaco», porque «es razonable p-pedir a quienes fuman, a quienes beben […], pedirles un esfuerzo. E-es razonable que el tabaco y el alcohol pase a ser algo más caro para dedicar ese dinero a la sanidad».

Esa tendencia a la aparición dispersa pero en circunstancias similares del titubeo de Rubalcaba es lo que me intriga. Quizá no se trate más que de una especie de mecanismo de defensa inconsciente ante aquello que no le agrada. Ahora bien, puede que sea un rasgo más de su oratoria: la afectación de humildad de alguien que se sabe admirado por su buen verbo, pero al que no conviene caer en vanagloria. Mediante una sencilla estratagema fónica, capta la benevolencia del auditorio y, de paso, suaviza lo que raspa. Entonces el titubeo adquiere un carácter táctico que tampoco es descabellado suponerle a quien nos ocupa. N-nada descabellado.

 
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