Por la boca…Poder o no poder

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al ministro y el secretario de Estado de Memoria Democrática en el laboratorio en la cripta del Valle de Cuelgamuros.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al ministro y el secretario de Estado de Memoria Democrática en el laboratorio en la cripta del Valle de Cuelgamuros.

Desde la vergonzosa colonización de las instituciones democráticas -que con Sánchez ni son instituciones ni son democráticas- hasta la ignominia que ha perpetrado en el Valle de los Caídos profanando políticamente restos de caídos -sean del bando que sean- hasta la almoneda miserable en la que ha puesto la unidad de España o el prestigio de España en el concierto de las naciones, a Sánchez todo le sale por una friolera siempre y cuando se mantenga en el poder. Si Hamlet dudaba entre ser y no ser, Sánchez, entre tener el poder o no tener el poder, jamás duda: el poder por encima de todo y de todos.

Decía Rousseau que “un gobierno alcanza su máximo grado de corrupción, cuando no tiene otro principio que el dinero”.

Parafraseando al filósofo ginebrino podría decirse que un gobierno, alcanza su máximo grado de corrupción, cuando no tiene otro principio que el de mantenerse en el poder.

Y eso es precisamente lo que ocurre con Sánchez. Un individuo que desde que fue defenestrado por sus propios conmilitones de la sede de Ferraz, no tuvo ni tiene más meta que recuperar el poder y, cuando lo recuperó en el partido, llegar a gobernar y cuando ha llegado a gobernar mantenerse en el poder a costa de todo y por encima de todo.

Hay corrupción política cuando se corrompen las instituciones y se prostituyen los poderes del Estado. La corrupción económica se denuncia, se investiga, se prueba y, en su caso, se condena y se sentencia por los tribunales competentes. La corrupción política está a la vista de todos porque las actuaciones de los políticos son de dominio público y todos las conocen y apenas pueden ocultarse ya que, entre otras cosas, repercuten directamente sobre los ciudadanos.

La gestión de Sánchez tiene mucho de corrupción política, por la sencilla razón de que un gobernante tiene el deber ineludible de ejercer el poder para realizar una serie de acciones y tomar iniciativas que, lógicamente derivadas de su ideología o de la ideología de la formación que le sustenta, vayan en beneficio de los ciudadanos, de todos los ciudadanos; que además, tengan como objetivo la consecución del bien común y de esas iniciativas y del logro de unos objetivos deseados por todos, o por la inmensa mayoría, sin atender a adscripciones políticas, se derivará la posibilidad de que, quién así ha obrado, se mantenga en el poder.

Sánchez, desde su primer día en La Moncloa, ha demostrado suficientemente que el bienestar de los españoles, el bien común, la prosperidad de la nación y la concordia entre los ciudadanos de distintas ideologías, no le importan absolutamente nada y, suponiendo que le importaran algo, siempre estarían subordinadas a su permanencia en el poder. 

Desde la vergonzosa colonización de las instituciones democráticas -que con Sánchez ni son instituciones ni son democráticas- hasta la ignominia que ha perpetrado en el Valle de los Caídos profanando políticamente las restos de caídos -sean del bando que sean- pasando por la almoneda miserable en la que ha puesto la unidad de España o el prestigio de España en el concierto de las naciones, a Sánchez todo le sale por una friolera siempre y cuando se mantenga en el poder. 

Si Hamlet dudaba entre ser y no ser, Sánchez, entre tener el poder o no tener el poder, jamás duda: mantener el poder por encima de todo y de todos.

 

No hay una sola de sus actuaciones, durante los años que ostenta ese poder, que no haya ido destinada a la consecución de votos o, en el peor de los casos, a la mínima pérdida de apoyos.

Esa es precisamente la corrupción, la inconmensurable corrupción de Sánchez, que ha infectado la vida pública y el devenir de la política española en aras de su permanencia en el poder.

La única disyuntiva que Sánchez contempla en su acción de gobierno es tener poder o no tener  poder y la respuesta para él no es más que una, el poder a cualquier precio, de la forma que sea y haciendo todo lo necesario por inmoral que resulte.

La corrupción política tiene la ventaja de que -sin trámites previos, solamente atendiendo a la realidad- los ciudadanos pueden juzgar y dar su veredicto en las urnas. La incógnita sería averiguar por qué tanta corrupción política apenas repercute, de momento, en los resultados electorales. 

Y es que, como tiene escrito Cervantes, quizás estemos ante “el vano discurso del vulgo, siempre engañado”.

La carcajada: Dice Montero (la consejera de la Junta de Andalucía cuando lo de los ERES) en pleno mitin y entre guiño y guiño, a los simpatizantes vascos: “Si uno miente tiene que dimitir. En política no se puede mentir”. 

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