Que viva el turismo

Turismo.
Turismo.

Hace unos días se cumplían 100 años del nacimiento del llamado mal español, como llamaba Francisco Franco al genial Luis García Berlanga. No puedo dejar pasar la oportunidad de observar lo absurdo de la frase por lo que supone dicha por la persona que la emitió. Bien, small talk aparte, continúo con hechos de mayor trascendencia.

El aniversario del centenario de Berlanga creo que es un buen momento para aquellas personas que no conozcan su obra cinematográfica, puedan asomarse a disfrutarla intensamente y con la benevolencia que se debe conceder a un legado cultural que si bien ha envejecido con mucha dignidad, el paso del tiempo es feroz y resiente siempre las cosas; y para aquellos otros que entramos en esa edad en la que lo próximo más intenso y emocionante que nos va a suceder es que nos vacunen, revisionar ese celuloide ingenioso y mordaz es un verdadero lujo y placer para los sentidos más refinados, no sin dejarnos nunca de  sorprender observando nuevos y magníficos detalles cada vez.

Retratos maravillosos de esa España mísera, triste y aislada en la que nos sumió el franquismo, son por supuesto “Bienvenido Mr. Marshall”, nótese que estos días muchos españoles habrán tenido un recuerdo vívido de esta película viendo el encuentro bilateral entre el gobierno español y americano en la cumbre de la OTAN de hace unos días, y por supuesto “El verdugo”, entre otras ácidas y fantásticas cintas. Particularmente las calificaría de imprescindibles, especialmente si el amor por el séptimo arte os permite ver la película con una mirada que no se apoye en los prejuicios, o al menos no sólo en ellos, incluso en los manidos tópicos que el paso del tiempo inexorablemente atraviesa y moldea nuestro sentido del juicio.

Tan convencida estoy de la necesidad de valorar y revalorizar el cine también como una forma de relatar la historia, en este caso de la historia relativamente moderna de España con la censura como telonera, que viendo una película menor del singular Berlanga como es “Vivan los novios”, esa sensación de una España vasalla al servicio del turista y del turismo, deja en mí una extraña sensación de angustia, que en estos tiempos de pandemia,  que no nos engañe la no obligatoriedad de las mascarillas al aire libre, si cabe revive con mucha fuerza.

Pero la visión pesimista no debería hacernos olvidar ciertos detalles que conviene refrescar. España en 2019 lideraba la energía solar y eólica en el mercado europeo, y este 2021 está siendo también potente respecto a la inversión en energías renovables, sin embargo, -vaya, ya está aquí, el maldito pero-, el disponer de esos recursos naturales no basta para realizar una gestión eficiente de ambos, pues habría que ir perdiendo la dependencia a esos gigantes, que no son esos grandes molinos que Don Quijote confundía, sino las grandes y voraces compañías que sostienen el oligopolio.

Un país que es frontera con África y que tiene una intensa y estrecha relación con América del Sur, no tiene sin embargo una política de inmigración fuerte e interesante como sí la tienen otros países.

Además de todos los razonamientos éticos y morales que deberían llevarnos a apoyar una inmigración controlada, desde el punto de vista  más egoísta, o como suele decirse desde la psicología, el egoísmo altruista, la inmigración regular contribuye positivamente al PIB del país y entre tantas cosas importantes, ayudaría a sufragar problemas como la pirámide demográfica envejecida, la sostenibilidad de las pensiones a medio y largo plazo y el problema de la España vaciada. Pero esto ya lo saben nuestros políticos.

España sigue detenida en ese momento de la historia en la que el turismo fue la solícita respuesta a la llamada de auxilio de los años 60, cuando la autarquía ya no satisfacía las demandas crecientes y se hacía necesario abrirse al exterior.

EEUU ayudó con bastante puntería a través del mundo de la cultura a acercar España al resto del mundo. El problema es que respuestas o acciones que en su momento servían para solventar o quizá simplemente sortear vagamente  problemas de entonces, no son válidas para este momento distinto que reclama soluciones diferentes.

 

España sigue estando dentro de la foto de entonces, falta movimiento, elasticidad y creatividad con sentido, para plantear alternativas a nuestro sistema económico actual muy dependiente de un mercado volátil como es el turismo. España durante la crisis de la pandemia  ha tenido que expandirse hacia algunos sectores como la agricultura, pero todavía así, no ha arriesgado mucho y sigue manteniendo posturas conservadoras.

Aunque hemos descendido seis puntos respecto al 2019, según la revista “The Economist”, España se encuentra en una envidiable vigésima segunda posición de un total de 167 países del mundo en ser concebida como una democracia plena. Las clasificaciones no suelo creérmelas a pies juntillas, casi siempre mantengo mis reservas, además de que hay hechos que deberían alarmarnos aún siendo uno de los países con mejores garantías democráticas, cosa que por supuesto no pongo en solfa.

Me preocupa especialmente la fruslería con la que se trata el tema de la perspectiva de género, tema del que ahora tantas personas parecen de repente ser auténticas expertas. Tratar de incluir con calzador en el debate de un asunto serio como es el de la reciente subida de la luz, que tanta controversia ha generado teniendo que recular el gobierno rebajando el IVA de la luz, la perspectiva de género en lo que a las labores del hogar se refiere, tratando de colocar en el foco del debate quién es el que hará esas tareas, me parece una absoluta frivolidad, un auténtico dislate comunicacional y por encima de todas las cosas, una falta de respeto a la inteligencia.

Pero me preocupa más observar, cómo nos hemos ido acostumbrando a enfrentar cada vez de forma más continua, noticias que realmente son violentas y tristes y que tienen como protagonistas a las mujeres y a los menores.

A pesar de la habitualidad de contemplar el horror que causamos los seres humanos, sigo mirando con auténtica perplejidad todo lo que sucede a mi alrededor, preguntándome qué tipo de sociedad es capaz de soportar tanta crueldad e injusticia.

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