El Rey ante el funcionamiento anormal de las instituciones

El Rey Felipe VI.
El Rey Felipe VI en la celebración del centenario del Masters of Science in Foreign Service (MSFS) en Washington, Estados Unidos.

Es público y notorio el enfrentamiento que se viene sosteniendo entre los Poderes del  Estado. 

Sin el necesario equilibrio de poderes, que se tambalea porque alguno de ellos pretende  someter a otro, las garantías democráticas desaparecen. Y sin ellas poco pintan las  mayorías, y no digamos las minorías. 

No nos consta que alguno de ellos haya solicitado la actuación del Rey para el ejercicio  de su función arbitral y moderadora, en orden al funcionamiento normal de las  Instituciones. Y ello con el objetivo no de deshacer el equilibrio, sino mantenerlo.  De ser cierta esta hipótesis, se me ocurre que lo sea por alguna de estas razones:

1) No querer implicar al monarca. Lo que veo absurdo, ya que sería recabar de el una  actuación propia del ejercicio de sus facultades, tal como se establece en el artículo 56.1  de la Constitución. 

2) No querer que se le implique, no para salvaguardar su “imparcialidad”, sino el interés  propio. Y, 

3) No querer que se le implique, para evitar poner en valor su función y su figura, con un  reconocimiento expreso a su Autoridad. 

Entonces, ¿si nadie solicita su intervención para dirimir las disputas, puede el Rey  considerarse relevado de esa responsabilidad? 

Entiendo que la neutralidad que el Pueblo espera de su Rey no exige su silencio, ni que  este no pueda manifestarse nunca, especialmente cuando ve más necesaria su acción.  Debiera trascender de alguna manera su buen hacer moderador a la opinión pública en  este punto esencial, aun preservando la reserva de sus observaciones a las partes.  

Resulta chocante que, por contra, lo haga de una manera relevante su agenda exterior.  Aunque, a lo peor, eso es lo que interesa. 

 

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