Unidas Podemos en el laberinto

Las confrontaciones han sido cuasi sistemáticas, en asuntos como la reforma laboral o la ley de vivienda

Pablo Iglesias.
Pablo Iglesias.

En el marco de la complejidad de las decisiones y comportamientos políticos que, a diario, vemos a nuestro alrededor y en concreto en el Congreso de los Diputados, en relación con el cambio de orientación de la política exterior del  Presidente del Gobierno, con respecto al asunto del Sahara (priorizando la propuesta marroquí de solución autonómica sobre la de autodeterminación del pueblo saharaui), hemos visto, con un cierto estupor no totalmente imprevisto, el apoyo y aplauso, entre otros, de parlamentarios de Unidas Podemos y sus ministras y ministros (incluso con la exhibición de banderas) a la RASD y el Frente Polisario, en su lucha por la autodeterminación, que, más  allá de su carácter simbólico, pone en evidencia, una vez más, el laberinto existencial en que parece haberse embarcado la formación morada, en su relación de amor/odio con el PSOE y el Gobierno al que, por otra parte y de modo inexorable, pertenece.  

Esta disensión, en el seno de la coalición de Gobierno, no sería tan negativa para la gobernabilidad de España si se tratara de un caso aislado, puntual, que podría explicarse desde la propia composición variopinta del Ejecutivo (más variopinta, en el sector de Podemos) pero la realidad es que, en lo que se refiere a la imagen de unidad de cualquier Gobierno-elemento esencial para la generación de confianza-llueve sobre mojado: las confrontaciones han sido cuasi sistemáticas, en asuntos como la reforma laboral, la ley de vivienda, la retirada del escaño a Alberto Rodríguez, el envío de armas para la defensa de Ucrania contra la invasión rusa, las movilizaciones contra la carestía de suministros básicos y tantos otros episodios, que sería prolífico pormenorizar. 

Sin embargo, las continuas discrepancias de Unidas Podemos y en especial de sus ministras y ministros, con muchas de las decisiones y acuerdos del Consejo de Ministros del que forman parte, siempre llevan como correlato (manifestado expresamente) la garantía de la permanencia de la coalición de Gobierno, lo que proyecta ante la ciudadanía la impresión sino la convicción, de que aquéllas y aquéllos (con más vehemencia, las primeras) hacen prevalecer su apego al cargo sobre el apego a los principios que sustentan sus disensiones con el partido mayoritario de Gobierno.  

En este sentido no sería baladí, a mi juicio, que Unidas Podemos, practicara algunas reflexiones sobre la contradicción de los desmarques en público a la salida del Consejo de Ministros, de lo que se ha apoyado cinco minutos antes, en la sala de reunión del mismo, ya que lo que parece indiscutible, tanto para la opinión pública como para gran parte de la opinión publicada, es que Unidas Podemos es un partido del Gobierno y es corresponsable para lo bueno y lo malo de las decisiones del Ejecutivo.  

En esa tesitura, no sería descabellado analizar la conveniencia de una revisión de una estrategia difícil de definir, pero rayana en la deslealtad con y para el PSOE y, al menos, la “parte socialista  mayoritaria” del Gobierno” o en último caso, la conveniencia de sopesar, incluso, la ruptura unilateral de la coalición de Gobierno. Probablemente, a estas alturas, ya habrá avezados politólogos, de los que Podemos siempre ha hecho gala, estudiando un cómo y un cuándo, tanto para lo primero como para lo segundo. En todo caso, entre el progresivo deterioro del crédito electoral y las luchas intestinas en el propio seno de la formación morada, que han derivado en una implosión generadora de múltiples “reinos de taifas” (último episodio: el paso de la diputada canaria Meri Pita al Grupo Mixto del Congreso, por desavenencias con la  Dirección), se atisba un panorama netamente desalentador para Unidas Podemos, ante el complicado calendario electoral que se avecina. 

 

Video del día

Pere Aragonès se va: primera consecuencia de la debacle
independentista en las elecciones catalanas
Comentarios