José Apezarena

Me duelen los ídolos caídos en el barro

Siempre me ha impresionado el relato bíblico del sueño de Nabucodonosor, junto con la interpretación que le ofreció Daniel.

Como es bien sabido, el rey babilónico soñó una gran estatua, hecha con varios metales, que tenía los pies de barro. Una piedra llegada casualmente, no lanzada por mano de hombre, quebró la base, la estructura se derrumbó en el suelo y el polvo que formó se lo llevó el viento, sin que quedara nada.

La caída de grandes personajes suele dejarme desolado, por lo que supone de decepción, tanto mayor cuanto más importantes y destacados fueron. Suele acarrear, además, no poca amargura entre quienes confiaron en ellos y hasta los tuvieron como modelo.

Las sociedades actuales no andan sobradas de referentes vitales. No abundan paradigmas a los que dirigir la vista, ni trayectorias en las que inspirarse. Y cuando una de sus figuras cae al suelo, se amputa un trozo de las aspiraciones y esperanzas de la gente común.

Por eso nunca me ha alegrado del lamentable final de Jordi Pujol. Ni de las apreturas que acogotan a Chaves y Griñán. Como tampoco me complazco ahora en el desastrado proceso en que se encuentra Rodrigo Rato. Aunque con ello se esté restableciendo la maltratada justicia.

El daño que causan comportamientos como los que ahora son investigados respecto del que fuera vicepresidente del Gobierno, van mucho más allá de las consecuencias políticas para el que ha sido su partido.

El desengaño y la decepción que siembran estas defecciones son mucho más profundas. Pueden conducir a la tentación de romper con todo, de echar al aire lo que nos une para buscar solamente el egoísta objetivo del provecho propio, por encima incluso de cualesquiera otras personas.

Lamento mucho que individuos destacados, que ocuparon puestos relevantes, que tuvieron en sus manos poder y tomaron decisiones, que marcaron la vida de personas y hasta de países, que se constituyeron en referente sociales, al final se compruebe que no eran sino ídolos de barro. Y un barro de mala calidad.

Por eso no me alegro de que se derrumben, a pesar de que con ello se restablezca la justicia violada, y no obstante la carga de enseñanza y hasta de escarmiento que supone el conocimiento y castigo de lo que en realidad hicieron.

 

Al mismo tiempo, no logro imaginar qué había en sus cabezas cuando pusieron en práctica las conductas que finalmente les han llevado al despeñadero. Pero ¿no eran tan listos, tan preparados, tan capaces?

Aparte de una evidente falta de principios éticos, dicen que en el trasfondo de toda corrupción se esconde el convencimiento de sus protagonistas de que nunca se descubrirían sus trampas. La creencia de que quedarían impunes. Porque, si por un momento hubieran intuido el infierno en que han acabado, estoy seguro de que se habrían frenado. Si no por principios, sí al menos por miedo. Pero no lo imaginaron. Por esto están donde están. Y les aguarda un horizonte todavía peor.

editor@elconfidencialdigital.com

Twitter: @JoseApezarena

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